Querido Tataranieto....
Hola Jorge, me llamo Beatriz y soy tu tatarabuela materna. Bueno, en realidad soy la
tatarabuela de la tatarabuela de la tatarabuela de tu tatarabuela. Qué
complicado, ¿Verdad? No te rompas la cabeza, soy un ancestro muy antiguo del
árbol genealógico de tu mamá. Desde que yo era una muchacha joven ya me
llamaban Doña Beatriz Quintanilla. Pero tú puedes llamarme Bety, abuela,
abuelita o como tú quieras. Tu eres uno de mis tataranietos favoritos. Pero no
te creas que eres el único nieto que tengo. No. Viven en Nuevo León, Coahuila y
Texas, miles de mis descendientes directos que pudieran dibujar su árbol
genealógico y encontrarme entre sus raíces como tú lo has hecho. Pero en fin, te escribo para contarte otras
cosas. Me casé muy joven con el Capitán Diego Treviño. Diego llegó a la Nueva
España de unos 3 o 4 años con su Madre Francisca Alcocer Bañuelos y dos
hermanos pequeños. Su padre, Don Diego Velasco de Treviño fue Alcalde de la
Nueva Galicia.
Le dí varios hijos a tu tatarabuelo Diego, entre ellos otra de tus abuelas: María Quintanilla. En aquel
entonces uno escogía el apellido que nos sonaba más bonito. Y por eso ella se
quedó con el mío y no con el de su padre. Aunque, te soy sincera, hubiese sido
lo mismo, pues “Treviño” también suena muy bonito. No te voy a enumerar cada
una de tus abuelas hasta llegar a tu abuelita María Luisa, a quien conociste de
niño, pues te aburrirías, con ella, somos en total quince. Pero te puedo decir
que todas fuimos muy virtuosas, que eso de la virtud era algo que nos
inculcaban tanto que se hacía casi como natural en nosotras. Los hombres no. Ellos
eran diferentes, con sus ambiciones militares y su anhelo de conquista se la
pasaban peleando por todo, especialmente por sus haciendas. Cuando llegué de muy pequeña a la Nueva
España, allá por 1540, todo era muy violento. Yo era muy niña y no recuerdo
muchas cosas. Llamábamos a aquella hermosa tierra: La Nueva España, pero era
tan diferente a la España de mi primera infancia y mucho más grande, tan llena
de posibilidades y bellezas naturales, que mi imaginación aprendió a volar lejos
y a atravesar el tiempo y el espacio. Por eso te pudo escribir esta carta.
Habíamos dejado en la Vieja España al Rey y a su corte, a las familias que
llamábamos nobles y sus privilegios y cada día nuestra colonia se esforzaba por
establecer aquellas mismas costumbres y formas de vida en esta tierra. Siento
tristeza de recordar los peligros diarios y los relatos que nos contaban los
mayores acerca de la Conquista de
México. Miles de muertos en ambas ejércitos: el nuestro y el de los aztecas. Y
las plagas que después se sucintaron….
Subyugamos a los nativos. Eran otros tiempos y
en ese momento yo no era capaz de ver lo injusto que fuimos con ellos. Han
pasado casi 500 años desde mi llegada a esta tierra y ahora, desde mi hogar más
allá del universo, puedo contemplar la historia y ver que ésta no era una Nueva
España, sino un México Ancestral. Yo era
la inmigrante, no los aztecas ni los totonacas ni los demás grupos y culturas.
Y sin embargo terminaron ellos siendo nuestros sirvientes, incluso los
tlaxcaltecas a quien llamábamos aliados. Mi esposo, tu tatarabuelo, acompañó a
Coronado y sus soldados, en su expedición a Cibola, Nuevo México, en busca de
las 7 Ciudades de Oro de las que hablaban las leyendas de los indios. Sobra
decirte que no las encontraron.
Entre mis
descendientes, tus ancestros, está la esposa del Capitán Gonzalo Fernández de
Castro, que fue alcalde de tu ciudad natal, Monterrey, en 1635. Él y mi
bisnieta María Rodríguez de Sosa Treviño, y muchas de las familias del Nuevo
Reyno de León hicieron grandes esfuerzos por poblar Texas y El Nuevo Santander
y con su tenacidad lo consiguieron.
Desafortunadamente
siempre medió la violencia, el desalojo y el desplazamiento de los nativos de
aquellos agrestes pero hermosos señoríos. Te digo ahora que no supimos respetar
a los verdaderos propietarios de aquellas tierras, si es que se puede decir que
la tierra es propiedad de alguien. Creo que no, que ella es nuestra dueña, y nuestra
madre. Pero eso no nos daba derecho a
desplazar a quienes la habían habitado por miles de años. Y después nos acogieron en su
casa a pesar de tanta violencia.
Muchos de
mis más antiguos descendientes, tu propia familia, murieron en aquella odisea llamada conquista.
Por fin se estableció, después de guerras y muerte, una paz que nos
benefició a todos, pero especialmente a nosotros que seguíamos identificándonos
como “españoles”, más que a otros grupos que llamábamos “castas inferiores” de
mestizos, indios, tresalbos, mulatos, negros libres y esclavos entre muchos
otros. Creo que sería hipócrita pedir ahora perdón por tanto agravio y discriminación, si
la historia ya está escrita y el pasado no tiene arreglo.
Pasaron los años, las
décadas y los siglos. Las sangres se mezclaron inevitablemente como se mezclan
las corrientes de los ríos. Todos nos convertimos en mexicanos sin importar el
color de nuestra piel. Después de más de 300 años y cuando pensábamos que
estábamos seguros de nuestros dominios, los americanos nos arrebataron lo que
llamábamos territorio nuestro. Algo
parecido habíamos hecho a los nativos 3 siglos antes. Creo que ustedes
actualmente le llaman a eso Karma. Yo no entiendo mucho de filosofías orientales.... Texas,
Nuevo México, Arizona, California, etc.,
desaparecieron del Mapa de México para dibujarse en el de nuestro vecino
Estados Unidos, después de una guerra tan injusta como todas las guerras. Es
una historia bien conocida, querido Jorge, no vale la pena que te escriba más
sobre ella. Sólo quiero decirte que me da tristeza ver la situación actual: la
amenaza de un Muro entre México y Estados Unidos. Desde donde yo estoy no se
aprecian las fronteras. No es el muro lo que me preocupa, pues es solo hierro y
cemento, sino lo que éste significa: desprecio, racismo, discriminación,
fanatismo, segregación, y un lastimoso etcétera. Continuamos repitiendo una y otra vez la
historia, pero sólo su parte inhumana.
Como humanidad
quizá nos hemos equivocado de camino y de meta.
Quise escribirte esta carta no para entristecerte o preocuparte, sino solo para decirte que más allá de toda frontera y muro, al final todos estamos emparentados de alguna manera y formamos parte de una sola familia.
Cuídate y
salúdame a todos por allá .
Un beso y un abrazo.
Tu abuelita Beatriz
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*Esta carta imaginaria tiene su fundamento en investigaciones genealógicas personales de familias de Nuevo León especialmente de los municipios de Monterrey, Santiago y Montemorelos. Más información en este enlace PDF.
2 comentarios:
Muy interesante y bonito blog. Felicitaciones!!
Muchas gracias por tu comentario Caludia. Esta carta imaginaria está basada en estudios genealógicos que enlazan a muchas familias del noreste mexicano con Doña Beatriz QUintanilla. Ancestro de infinidad de personas que habitan hoy este territorio. Gracias nuevamente.
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