martes, 29 de diciembre de 2015

Una Semana Siniestra en Monterrey, Agosto 21-28 de 1909 3/8 (Lunes)

Lunes 23 de Agosto de 1909

Calle Morelos hacia el poniente. Después del incendio de 1909
Las Carretas del cuerpo de Bomberos continúan trabajando.
Los curiosos se acumulan en las bocacalles. 
Amaneció en la ciudad y todo parece ahora estar en calma. Los escombros de la Botica del León se acumulan en la avenida Morelos interrumpiendo el tránsito de carros y automóviles. La calle del Comercio luce extraña. No se ven tantas damas recorriendo los almacenes de ropa, en cambio si se ven muchos trabajadores alistándose a derrumbar los muros de la Botica que de cualquier manera amenazan desplomarse. Gente del pueblo llano, con sus sombreros de pico alto, sus camisas blancas y empercudidas y sus sandalias de suela de cuero con correas de lo mismo, para proteger unos pies que casi no necesitan protección. Están dispuestos a trabajar en lo que el ingeniero y el contratista les ordenen. “¡Aguas con esa piedra!” es el grito que se escucha constantemente intercalado con el sonido del mazo y la piqueta.

Y al momento se desploma un tramo del muro con sus vetustos sillares. Los obreros se apartan al instante. “Cuidado con esos charcos de ácido que parecen agua”. Grita el capataz. En la droguería se almacenaban considerables cantidades de sustancias ácidas. Éstas quedaron acumuladas en cunetas del pavimento mezcladas con agua. La noche del incendio, los voluntarios y bomberos pensaban que era agua y algunos, al contacto con ellas, se provocaron quemaduras. Pero quienes más se perjudicaron con estos ácidos fueron los caballos que tiraban de las carretas requeridas para el salvamento. Muchos de ellos quedaron heridos e inutilizados debido a quemaduras en las patas.

Y cuando el muro cae, la montaña de escombros crece en medio de la calle del Comercio. El callejón de Paras también se encuentra lleno de escombros de los muros de la Casa Sanford. La Calle del Dr. Mier, sin embargo, no está aún demasiado obstruida, pero las fachadas del “Puerto de Liberpool” y los muros de la misma ferretería Sanfor, que dan hacia ella, amenazan con desplomarse de un momento a otro. En esa calle está interrumpido el tráfico de trenes pues se teme que con la vibración, a su paso, se desmoronen las paredes que aún quedan en pié.

Tanto la calle de Padre Mier como la de Morelos eran la ruta del tranvía. Los rieles ahora estaban inutilizados por los escombros y no quedaba más remedio que reorganizar los itinerarios. Y aunque la calle de Escobedo se encontraba relativamente despejada, era mejor dejarla tranquila, pues la mitad de la Botica del León daba hacia ella e iba a ser necesario derribarla por completo.

Calle Padre Mier hacia el poniente desde el callejón de Paras. La foto está fechada el 22 de Agosto pero la escena debió repetirse a lo largo de aquella semana. La ruta del tranvía está interrumpida y se trabaja en organizar la mercancía y limpiar las calles de escombros. 

También por la calle del teatro (Escobedo) pasaban los carros del tranvía, pero no entre Padre Mier y Morelos, sino una cuadra más al norte donde los trenes que transitaban por Matamoros doblaban por ella o viceversa. Reorganizar la ruta de los trenes, aunque engorroso, no era un problema serio. La reconstrucción de la manzana sí lo era. Y había que poner en ello todo el empeño.

Por otro lado y principalmente, entre los apremios y sufrimientos, estaban los de las personas y familias que habían perdido sus hogares y, buena parte sus bienes, cuando no todos. El reportero de El Diario informó este día que las familias Bremer, Reichman y la de Juan de la Garzaque estuvieron en inminente peligro, se encuentran aún enfermas a consecuencia de la impresión.” Sin duda no fueron los únicos que debieron sentirse enfermos o abatidos por las inmensas pérdidas y el estremecimiento durante el incendio. 

De las familias Bremer y Reichman ya dijimos que tenían su residencia en la segunda planta de la Botica del León. La familia de Don Juan de la Garza vivía en los altos del Salón Fausto y la noche del incendió, sus miembros salieron a la calle precipitadamente “en medio de un terrible pánico”. Otra familia que tenía su vivienda en la cuadra incendiada eran los Garza Lafónbastante prominentes en nuestra ciudad”. Ocupaban, según el corresponsal de El Imparcial, una casa propiedad de Don Isaac Garza al lado del “Puerto de Liverpool”.  


Estas familias tenían motivos sobrados para sentirse mal. Y no estaban solos en aquella desgracia.

A media tarde de aquel triste lunes, después de una comida desganada y sin tener el ánimo de dormir la siesta, un grupo de señoritas se dan cita en una de las bocacalles de la cuadra en ruinas. Allí precisamente en el cruce de la Calle del Comercio y Escobedo. Observan los muros abatidos y las montañas de escombros. Todo está irreconocible. El anuncio de la Botica del León es un formidable rectángulo carbonizado. Sus pálidos rostros compungidos y llorosos, protegidos del sol veraniego regiomontano con enormes sombreros, sólo reflejan tristeza. En silencio sollozan y piensan en su futuro.  Eran empleadas de la Droguería Bremer. Veinticinco señoritas y unos 40 empleados de las casas Bremer y Sanford se habían quedado sin empleo.

Fragmento de la primera página de
 El Imparcial del 23 de Agosto de 1909
La desgracia había traído, sin embargo, empleo a otros tantos. Una cuadrilla de trabajadores se afanaba en transportar escombros y limpiar las calles. Aquel lunes los jornaleros trabajaron hasta tarde y fueron citados temprano para el día siguiente.

Oscureció casi a las nueve, pues el cielo, de un color azul intenso,  estaba completamente despejado. Cuando por fin cayó la noche, la claridad de la luna, en cuarto creciente, quiso competir con la luz mortecina de las farolas públicas, y ambas, al contacto con los muros de las ruinas en la  manzana herida, proyectaron sombras siniestras a las que nadie prestó atención. Las amas de casa, de todos los barrios y suburbios de la ciudad, sacaron sus mecedoras a las banquetas. Conversaron hasta la media noche con sus vecinas, vigilando a los niños más pequeños que jugaban junto a ellas, mientras que los adolescentes correteaban libremente por las calles. Era un ritual cotidiano y se efectuaba diariamente para refrescar el cuerpo y también la mente, se hablaba de todo y de nada. Aquella noche, por supuesto, el tema de conversación fue el peligro en que se encontró la población durante el incendio. “
Gracias a Dios, nadie ha muerto en el incendio.” – decían las mujeres mientras se santiguaban. Podían ahora retirarse a dormir tranquilas después de aquellos días turbulentos. 

sábado, 26 de diciembre de 2015

Una Semana Siniestra en Monterrey, Agosto 21-28 de 1909 2/8 (Domingo)

Domingo 22 de Agosto de 1909

En medio de aquel caos, el pueblo, alborotado, presenciaba un espectáculo aterrador y al mismo tiempo fascinante.

Las vigas de madera de algunos edificios, cubiertas de ácidos y componentes químicos, salían disparadas de entre la inmensa hoguera como fuegos pirotécnicos con variados colores. Las llamas alcanzaban el cielo quizá, según los informes de los periódicos, hasta una altura de unos 150 metros, iluminando la ciudad “con claridad meridiana” hasta sus más retirados suburbios.

Por su parte, el grupo de rescate estaba compuesto en su gran mayoría por voluntarios, empleados de los establecimientos dañados y gente de buenas intenciones. Los periódicos narran la valiente actitud de dos policías “El señor Librado Tamés y el gendarme número 104”, quienes “quemándose la cara con el candente vaho” permanecieron sosteniendo las mangueras dirigidas hacia el interior de la Botica y, de esta manera,  pudieron detener momentáneamente el avance del fuego. “El pueblo testigo de este rasgo aplaudió frenéticamente a los valientes policías”.

Fragmento de la Primera Página del Diario de México 27 de agosto de 1909

Valientes fueron también los empleados de la ferretería Sanford quienes al recordar que en la negociación se guardaban considerables cantidades de explosivos acudieron a recoger y alejar del peligro “cuarenta cajas de dinamita, algunos sacos de pólvora y numerosos fulminantes”. “La existencia de explosivos que había en la Botica del León – informa el corresponsal de El Diario de Méxicono pudieron ser sacados fuera del edificio, porque se guardaban en un subterráneo, a donde materialmente se hizo imposible poder penetrar, por el calor del fuego. Un derrumbe casual de uno de los muros dio causa a que el citado subterráneo quedara incomunicado con el resto del edificio, siendo éste el único motivo por lo que los explosivos allí almacenados no hicieran explosión. En caso contrario, no se sabe la desgracia tan enorme que hubiera ocurrido.

Al cajero de la droguería Bremer, de nombre Agustín Buentello, también se le consideró valeroso al avanzar “intrépidamente, durante el fuego, para salvar los libros y el dinero, siendo aplaudido por la multitud”.

Toda la cuadrilla de empleados de La Reinera, edificio que logró, junto con el Salón Fausto, no perecer en el incendio, fueron elogiados por el Diario de México. El corresponsal en Monterrey escribe: “El salvamento de la negociación se debió más al auxilio de los empleados que al aislamiento del fuego. Este había invadido ya las cabezas de las vigas del piso superior, introduciéndose por bajo del cielo raso y dificultando con esto las maniobras. Rasgado el cielo se atacó el incendio haciendo uso de mangueras de hule pero como el agua de los tinacos estaba hirviente, el hule se deshacía. Solamente los heroicos esfuerzos de los empleados lograron evitar la propagación”.

Y Continúa: “Es justo consignar sus nombre: llámanse Gonzalo Llaguno, que es el jefe de los empleados, José B. Sáenz, José Barrenochea, Antonio Ayala, José Bilbao, Marcelino Villar, Francisco Salinas, Alfredo Martínez, Bruno Vizcaya, Eudosio Villareal, Florentino Llaguno, Vidal Gómez, José Goroztizaga y Ángel Jáurogul. Los mozos son: Ángel Rodríguez, Juan Valdez, Pascual Cárdenas, Nicolás García y Juan Encontría”.


Interior de La Reinera, Departamento para Señoras. Fuente: Album Conmemorativo del 50 aniversario.

Y como casi siempre sucede, había personas que a pesar del peligro se negaban a abandonar sus hogares. El mismo corresponsal escribe: “Se hacen elogios acerca de la serenidad que demostró la señora esposa del Cajero del Banco de Nuevo León pues permaneció en su domicilio situado frente al foco del incendio, en tanto que el resto de sus vecinos se ponían en cobro. Hubo necesidad de sacarla a la viva fuerza y aún así no pasó de la esquina de la calle”.

Aquella fue una noche caótica. Reinaba la confusión y la desesperación por salvar las pertenencias y mercancías. Pero en ese intento de salvar los bienes se extraviaron y perdieron muchos. En un momento dado se vio caer de los balcones de la casa Sanford un Piano de Cola con valor de más de mil pesos. Naturalmente quedó hecho trizas. Lo peor de todo fue que en la caída hirió en una mano al Sr. Arturo Flyns, de origen alemán.

Durante el incendio, nadie resultó herido de gravedad. Sin embargo algunas personas sufrieron lesiones y quemaduras. Entre ellas se hallaban el velador del Banco Mercantil, Don Manuel Galván, con quemaduras en una mano y algunas otras lesiones ligeras. Escribe el corresponsal de El Diario: “otro alemán, activísimo, que sufrió quemaduras en las manos al sujetarse a los alambres para no caerse desde el tercer piso del laboratorio [fue el Señor] Ernesto Segeth y es dibujante de la Compañía de Agua y Drenage”. A éste, la noche del incendio, el corresponsal lo confundió con Don Juan Reichmann. De él escribe: “estaba verdaderamente como loco, corriendo por las calles y ordenando la salvación de las mercancías”.

La caja fuerte de la casa Stanford fue otro de los objetos que se intentó poner a salvo. Fue sin embargo imposible, se le acercó al balcón y debió desplomarse junto con los techos de la ferretería. El fuego la dejó sellada. 

Hacia la una de la mañana, el departamento de pinturas de la droguería se encontraba en llamas y unos minutos después se desplomaron los techos del ese edificio, antiguo palacio de gobierno. Un poco más tarde una gran parte del muro que daba hacia la calle de Morelos se desplomó llenando la calle de escombros. Pero el incendio estaba quedando reducido y controlado. Para la una y media, el fuego parecía haber quedad confinado y limitado. Se mantuvo durante toda la madrugada una fuerza de gendarmes con la tarea de continuar echando agua a las ruinas llameantes.

Despuntaban las primeras luces del día y las llamas perdían su fuerza. El trabajo en equipo, al final, había dado resultado. El fuego estaba dominado aunque aquella cuadra estaba destruida.


Ruinas de La Botica del León. 22 de Agosto de 1909. Fuente; Fototeca del ITESM
Poco a poco los voluntarios y curiosos se fueron retirando de la escena, no así los empleados, propietarios y encargados de los almacenes y negocios quienes no hubiesen podido dormir aunque quisieran. Su deber era ordenar y poner a salvo las mercancías y bienes de los negocios.

Para los demás pobladores de Monterrey, la vida continuaba en aquella ciudad de unos 80 mil habitantes.

El domingo amanecía. El acostumbrado repicar de las campanas llamaban a la misa de 6 en la Catedral Metropolitana, en San Francisco, en El Roble… En todas ellas se debió celebrar la misa agradeciendo a Dios porque el incendio no causó muertes. Se habían perdido bienes materiales y muchos, pero ninguna vida.

Después de las misas dominicales, los parroquianos continuaron dándose cita en las bocacalles de la manzana incendiada. Aún estaba resguardada por la policía y aún seguían ardiendo las ruinas.  A la luz de ese nuevo día podía apreciarse la magnitud de la desgracia. Ardían los escombros de la Casa Bremer, mientras que el Puerto de Liverpool y la Casa Sanford eran penosos despojos.

A las Once de la Mañana colapsó otra parte del Muro de la Botica del León, y las que permanecían en pié amenazaban con desplomarse. Se interrumpió el paso de los tranvías, carros y carretas por las calles de la manzana para evitar algún derrumbe con la trepidación de los mismos, especialmente con los tranvías.

La vida debía continuar en Monterrey y aquel domingo había una Corrida de Toros en la Plaza de Santa Lucía. Parecía, sin embargo, que un mal sino acompañaba a la ciudad desde que comenzó el mes de agosto. La corrida, fue un fiasco. Todos los toros “resultaron malísimos”. Se le dio una multa a la empresa y el público exigió se le devolvieran las entradas. Cosa que, por supuesto, no sucedió y la turba “a tendido de sol” se encendió en cólera [no digo yo…. Agosto en Monterrey bajo el sol ¿quién no se enciende?]. Y “comenzó la destrucción de la plaza, lanzando al rodel tablas, barnadillas, cojines, cornisas, sillas y cuanto encontraban a mano”. Don Ignacio Morelos, el mismo inspector de policía que anoche estaba tratando de apagar el fuego con un extinguidor en la Botica del León, arengó al público, perdonó y puso en libertad a los detenidos, logrando restablecer la paz y la tranquilidad y recibiendo la ovación de la gente. 


Inicio de una Corrida de Toros en Monterrey 1909 Fuente: Fototeca del ITESM

Por la tarde, las cosas iban volviendo tomar su cauce. Alrededor de las 3, el servicio telegráfico, que había permanecido interrumpido, se restableció.  Los cables de la oficina de telégrafos ubicada en los altos del Banco de Nuevo León se habían dañado nada más comenzar el incendio la noche anterior. La voz de la prensa, muda hasta ese momento, podía volver a comunicarse con el mundo. El Corresponsal del Diario de México en Monterrey escribe en cuanto le es posible: “Desde anoche hubiera telegrafiado sobre este suceso, que tiene consternados a todos los habitantes, pues la mayor intensidad del fuego fue a las once de la noche, pero los telégrafos federales, cuyas oficinas quedan precisamente en el callejón de Parás, frente a los edificios incendiados, suspendieron inmediatamente sus labores, incomunicando a Monterrey del resto del mundo. Los empleados del telégrafo, poseídos de un verdadero pánico ante la inminencia del peligro, corrían despavoridos, procurando salvar los aparatos y dando parte a México de que no transmitirían los mensajes. Además, los hilos que pasaban sobre las llamas se inutilizaron, naturalmente. El hilo de la Prensa Asociada no funcionó desde las diez. El siniestro comenzó minutos antes de esa hora.”


Banco de Nuevo León. Esquina nor-oriente de las Calles Morelos y Emilio Carranza. El edificio abarca toda la cuadra hasta Paras. En ese callejón en los altos del edificio, se encontraba la Oficina de Telégrafos. Los cables quedaron dañados temporalmente por el incendio y el edificio estuvo en peligro de incendiarse. 
Y en otra nota agrega: “Son las tres de la tarde y aún continúa el fuego entre los escombros del espantoso desastre. La magnitud de éste puede apreciarse hoy, viendo las ruinas y comprendiendo el inmenso peligro que han corrido los edificios que forman el núcleo comercial del centro de Monterrey.”

Millares de curiosos permanecían en las bocacalles todo aquel domingo contemplando las ruinas, cuando un viento fuerte del Este comenzó a soplar avivando las brazas de los escombros, despertando el fuego, pero una lluvia fuerte y bienhechora, que cayó a las siete de la noche, amagó por completo las brazas y dispersó a los curiosos.

sábado, 19 de diciembre de 2015

Una Semana Siniestra en Monterrey, Agosto 21-28 de 1909 1/8 (Sábado)

Una Semana Siniestra en Monterrey,  Agosto 21-28 de 1909.


Sábado 21 de Agosto

Eran como las 10 y media de la noche. Después de un largo día de trabajo, el inspector de policía, Don Ignacio Morelos Zaragoza se retiraba a descansar. Pensaba quizá en la tragedia ocurrida sólo dos semanas antes, en la que él mismo había estado tratando de socorrer a sus compatriotas y cumplir su deber. 

– “¡Los pobres vecinos de San Luisito…!” – cavilaba – “cuando la naturaleza dice “aquí estoy” es mejor echarse a un lado….”  

Pensaba que la imagen del Río Santa Catarina lleno, con sus rugientes y feroces corrientes de lado a lado, iba a permanecer en su memoria para el resto de su vida. Y hacía solo 15 días (el 7 de agosto) esas crueles aguas se habían desbordado matando a por lo menos unas 15 personas. 

 "Pero la vida tiene que seguir y yo me voy a descansar…”  

Perdido en estos pensamientos se encontraba nuestro buen inspector de policía de la ciudad, cuando llegaron a darle el aviso: 

– “Se quema, se quema el palacio, mi coronel. La botica del León está en llamas”
                    
La oficina del inspector de policía, situada en la Calle de San Francisco, no se hallaba muy distante del lugar del incendio. Solo la separaban unas tres cuadras y media.  Pero con un fuego no se vacila.  

– “No hay tiempo qué perder” – se dijo el inspector a sí mismo y subió a un carruaje. A toda velocidad llegó al lugar.  Ya empezaba el ajetreo en aquel punto. El Cabo Diego Sáenz, y el gendarme Carlos Rivera, quienes habían sido los primeros que se percataron del incendio, habían visto las llamas asomarse por las ventanas de los pisos superiores de un inmueble de 4 pisos, propiedad de la empresa Bremer, situado se en la calle del Dr. Mier entre Escobedo y el callejón de Paras. Avisaron al velador de la Botica: Don Onofre Cantú. Y Éste, por su parte, dio aviso a Don Manuel Vela, que era el farmacéutico de guardia aquella funesta noche del sábado 21 de agosto de 1909.


Plano de la Cuadra incendiada en  El Imparcial diario ilustrado de la mañana,  23-08-1909 


El miedo invadía el alma de aquellos hombres. En el lapso de pocos años,  habían presenciado en la ciudad los incendios de dos teatros, de la casa de Carr., de la carrocería de Warden y de las oficinas del periódico “Monterrey News”. Era como si hubiese caído una maldición sobre la ciudad y el fuego, como un amante celoso, la visitara solo para hacerle daño. Sin embargo, aún no sabían estos buenos hombres, que en esta ocasión iba ser aún peor. Los anteriores incendios, comparados con éste, iban a parecer tímidas luminarias públicas.   

Quien más angustiado debió estar, era Don Manuel, el farmacéutico, pues conocía el peligro inminente y la reacción de los elementos químicos en contacto con el aire, el agua y, sobre todo, con el fuego. Aún más, estaba al tanto de las cantidades de materiales químicos acumulados en el laboratorio y las bodegas, los explosivos almacenados en el sótano. Conocía muy bien el depósito de esa sustancia, relativamente nueva, llamada gasolina,  la cantidad de litros que poseía de ella la droguería y lo inflamable que era... No era el momento para amedrentarse. Junto con el miedo se cerniría el valor y el sentido de la lealtad. Lo primero que debió hacer, sin duda, fue dirigirse a las viviendas de los propietarios, por si no se habían percatado aún de las llamas. Fue a dar aviso a Doña Julia Barrera, la esposa de Don Roberto Bremer, a los demás miembros de la familia y a la servidumbre que pudieran hallarse en su vivienda, situada  en el piso superior de la Botica del León, antiguo palacio de gobierno.

Efectivamente  la familia Bremer y la de Don Juan Reichmann vivían en el segundo piso de la Droguería. Pero, hombres de negocios al fin, ninguno de los dos jefes de familia se encontraban en casa en aquel momento. Don Roberto se hallaba en la Ciudad de México. Algún periódico de la época informó que estaba ausente por problemas de salud.  Debió enterarse del siniestro por vía telegráfica, del mismo modo que el Señor Reichmann, quien se hallaba en Saltillo. Pero Doña Julia sí estaba en su hogar para presenciar, en breve, la pérdida de su vivienda, del negocio familiar,  de sus alhajas y de parte de sus bienes.


Don Roberto A. Bremer, su esposa Doña Julia Barrera Treviño de Bremer y familia c, 1921. Foto cortesía de Billy Bremer.

Mientras unos daban aviso y ayudaban a la Señora de Bremer a salir del inmueble, el inspector de la policía, Don Ignacio Morelos y los gendarmes ingresaban al patio de la propiedad. Aquel patio era un lugar de convergencia entre los edificios, especialmente entre los dos inmuebles de la empresa Bremer. Al momento, Don Ignacio y los gendarmes, escucharon un estallido y, tras él, todos quedaron completamente a oscuras en medio de aquel patio y del inminente peligro pues desconocían el terreno. “El señor inspector de Policía logró al fin encontrar la salida, y sin perder la calma, mandó traer una extinguidora, que no pudo ser empleada, debido a la violencia con que aumentaba el fuego.”

Las llamas amenazaban avanzar muy rápidamente. ¿Pero qué las habría provocado? Se preguntaban. ¿Sería un accidente o la obra de algún frenético reyista queriendo perjudicar al General Treviño en la persona de sus descendientes, como declaró más tarde un periódico? En ese momento era imposible saberlo. La verdad es que no había un trasfondo político en la tragedia. Una vulgar chispa eléctrica, desprendida de un cableado defectuoso en el laboratorio químico, era la causante de aquel desastre.

La empresa Bremer y Cía., tenía, en aquel año de 1909, dos edificios adjuntos (podemos decir que uno detrás del otro) en la manzana circundada por las calles Padre Mier, Escobedo, Morelos y el callejón de Paras. Uno, había sido el antiguo palacio de Gobierno que hacía esquina en Morelos y Escobedo. Según el corresponsal del Diario de México, por el lado de Escobedo se encontraba la Botica del León, y por el lado de Morelos, la Droguería Bremer. Pero es el único de entre los reporteros de la época que señala esta diferencia. Todos los demás las mencionan indistintamente o como sinónimos.

El otro edificio de la compañía Bremer era uno de 4 pisos, nuevo, diseñado por el famoso arquitecto Alfredo Giles, cuya fachada daba hacia la calle del Dr. Mier. Era en el 3º ó 4º piso de este último, en donde se situaba el laboratorio de la Droguería, sobre la sucursal del establecimiento de “El Puerto de Liberpool”, que ocupaba las dos primeras plantas. Este almacén cuya matriz se encontraba en Torreón, comercializaba con ropa. En los periódicos se le llama “Cajón de Ropa”. Quizá el hecho de encontrarse el laboratorio y el almacén de ropa en un mismo edificio hayan provocado, además de la propagación acelerada del incendio, las discrepancias entre los reporteros de la época. Algunos informaban que el incendio se originó en la droguería y otros, que había dado inicio en el Cajón de Ropa.


Calle de Padre Mier Hacia el Poniente desde el Callejón de Paras. A la derecha, en la esquina la ferretería Sanford y contigua a ella hacia su derecha, el edificio propiedad de los Sres. Bremer en el que se encontraba el laboratorio químico y el Cajón de Ropa El Puerto de Liverpool.

Después de aquella primera explosión, las llamas avanzaron agilizándose. El fuego tenía prisa. Y el miedo comenzó a abrirse paso en el corazón de los presentes. A la vez que convocó a la población curiosa. Y el pueblo regiomontano se dio cita ante aquella desdicha.

Los materiales altamente inflamables utilizados en el laboratorio para la elaboración de los medicamentos, debieron servir de rápido combustible y eficaz alimento para las llamas que se transmitieron velozmente a los pisos inferiores del edificio en donde los tejidos, telas y ropas fueron también material propicio para incrementar el fuego.

Durante las noches del agosto regiomontano no suele soplar el viento. Es más, parece que no hay ni aire y uno piensa que se va a ahogar. Pero en aquel momento, a pesar de todo, aquello fue una bendición. Sólo una brisa ligera soplaba del Norte. Las llamas continuaron expandiéndose rápidamente hacia la Botica del León y hacia la Ferretería Sanford. Ésta era un edificio de dos plantas. Y al igual que el de la Botica del León, su segunda planta debió haber sido vivienda de sus propietarios o de empleados de confianza. El señor John Bertrams Sanford, vicecónsul de Gran Bretaña en Monterrey desde 1907, tampoco se encontraba allí al momento del incendio. Estaba de viaje por la ciudad inglesa de Birminghan, a donde se le comunicó de la desgracia por vía telegráfica.

Ya los empleados y encargados de todos los negocios de la cuadra habían comenzado a sacar las mercancías para ponerlas a salvo y ayudaban, en cuanto les era posible a contener el fuego. Especialmente en aquella ferretería, que comercializaba con productos mineros y manejaba grandes cantidades de pólvora y dinamita.

Repentinamente comenzaron a escucharse detonaciones sucesivas – escribe el corresponsal del Diario de México - que en los primeros momentos sembraron el más espantoso pánico, pues se supuso que sería la dinamita que se sabía había almacenada en la ferretería Sanford, la que estaba y se presumía con razón, que cuando menos una gran parte de la ciudad estaba en inminente peligro de volar; pero afortunadamente el terrible explosivo había sido sacado a tiempo. El temor del pueblo fue momentáneo, pues en efecto se repusieron del primer espanto y con verdadero heroísmo volvieron a la faena de apagar el fuego. Las detonaciones que habían escuchado, provenían de los tambores de amoniaco que reventaban al contacto del fuego y de un depósito de gasolina”.

Por su parte muchos de los frascos con sustancias medicinales de la estantería de la Botica explotaban al contacto con el fuego. Aquella cantidad de “pequeños” estallidos tipo petardo parecía el simulacro  de una batalla de guerra.

Y si como al rededor de las 10:00 pm había comenzó el fuego,  a las once ya las llamas se expandían por casi toda la manzana. Las continuas explosiones causadas por los materiales inflamables y la gasolina provocaron la voracidad del fuego que llegó a elevarse por “cientos de metros”. Era imposible aplacarlo.

Toda la ciudadanía estaba en vilo. Temblaba cada vez que irrumpía una explosión. Aquella noche debió ser toda caótica. Se mandó llamar a los bomberos de la cervecería Cuauhtémoc y los de las Fundiciones de Fierro y Acero, quienes acudieron “todo lo violentamente que les fue posible, instalando convenientemente los aparatos y mangueras”.
Y mientras la mayoría de los civiles procuraban ayudar, el populacho aprovechaba la coyuntura para apoderarse de cualquier objeto dejado atrás.

El Ingeniero Don Genaro Dávila dirigió las maniobras de los bomberos, quienes estaban estrenando los materiales que se habían comprado después del incendio del Teatro Juárez. El alcalde de la ciudad Don Pedro Martínez, ordenó los trabajos de salvamento. “El Jefe del día, Coronel D. Tomás Castro se presentó acompañado de su ayudante el Capitán Miguel Ruiz Durán, al Jefe de la zona, General Don Gerónimo Treviño, quien le ordenó que llevara todas las fuerzas federales a fin de cuidar las mercancías, los libros, los muebles y objetos que se había logrado poner a salvo del contacto directo del fuego y que encontraban tirados en el arroyo. Todas las bocacalles de la mencionada manzana quedaron cerradas por los soldados, a fin de evitar que la plebe se llevara los objetos que estaba allí abandonados”.

La ciudad estaba dominada por el caos, de tal manera que nadie debió haber sabido cuando acababa un día y empezaba el otro.

Monterrey despedía aquel día entre sustos y explosiones. “una de las cuales – reportó el corresponsal del diario El Imparcial de la Ciudad de México – lanzó  a gran altura, en el aire, una pieza de maquinaria, que al caer rompió el techo y los pisos del edificio hasta llegar al fondo. Estas explosiones hicieron elevarse las llamas a quinientos pies de altura. Durante este tiempo, las llamas salieron por todas las ventanas del lado de la calle del Dr. Mier, amenazando a los edificios situados en frente, siendo el principal de ellos el ocupado por la compañía de Cilindros de Parras. La atención fue dedicada, principalmente, a salvar la propiedad situada frente al edificio incendiado. Corrientes de agua fueron echadas en los edificios y debido al aire la parte Norte de la calle se salvó.

Otra explosión increíble, o quizá otra versión de la misma,  es narrada por el corresponsal de El Diario de México: “Cuando el fuego invadió la droguería, estalló un tambor de ácido carbónico y la envoltura, volando con terrible fuerza, saltó desde el segundo piso hasta unos cincuenta metros de altura, volando por encima de las azoteas y yendo a caer en el edificio del Banco Mercantil, situado en la esquina de Zaragoza y Morelos, donde agujeró dos pisos, cayendo al tercero, donde se hundió, no sin antes lesionar al velador Mariano Galván. EL porrón pesaba cuarenta y cinco kilos”.


Y así terminaba aquel día fatídico entre estallidos y confusión.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

La Botica del León de Don Eduardo Bremer y Compañía


Primera Casa de Gobierno. c. 1884  DeGolyer Library SMU
En la esquina nor-poniente de las actuales calles de Morelos y Escobedo está el edificio de una de las farmacias de mayor reputación en Monterrey: la Farmacia Benavides. En ese mismo lugar, como se vio en otra entrada de este blog, se encontraba, durante el siglo XVIII, la Capilla de San Francisco Javier de los padres jesuitas y su cementerio. Una vez que los padres jesuitas se retiraron de Monterrey, el predio quedó abandonado por muchos años y el destino del inmueble dio un vuelco.

En 1813 el brigadier Joaquín Arredondo, comandante de las Provincias Internas de Oriente, ocupó los inmuebles que habían pertenecido a la Compañía de Jesús e instaló en ellos su Cuartel General[1]. Cinco años más tarde, en 1817, el antiguo templo de San Francisco Javier, es modificado y acondicionado para fungir como casa de Gobierno. Así debió mantenerse por los siguientes 30 años. 

Entre 1850 y 1852 se destruyeron las fincas antiguas y se construyó el edificio de los Supremos Poderes del Estado. Éste, en el momento de su posterior venta, consistía en “un edificio de dos pisos divididos (…) conteniendo en todo treinta y ocho piezas inclusos dos  zaguanes y dos excusados (…) cada departamento con su escalera continuando la del grande hasta subir á la azotea…” [2]

El 14 de Octubre de 1897, el Congreso del Estado aprueba la venta del inmueble que había ocupado el Palacio. Y se concreta a favor de los Srs. Eduardo Bremer y Cía., al finalizar el año 1900. La ubicación actual de este edificio, de existir, sería la esquina noroeste de las calles Morelos y Escobedo.

En los albores del siglo XX, el 3 de Enero de 1901 se celebra el contrato de venta del edificio por la cantidad de 70,000 pesos “moneda de plata de cuño mexicano” a favor de Eduardo Bremer, su hijo Roberto Bremer y su yerno Juan Reichmann, dueños de la “casa de comercio de drogas medicinales que gira en esta plaza” bajo el nombre de “Botica del León”.

Primera Casa de Gobierno Izq.
En la imagen de la derecha se ve ya el Letrero de La Botica del León


Don Eduardo Bremer c. 1881 
El Doctor Eduardo Bremer, inmigrante de origen alemán, tras liquidar sus negocios farmacéuticos en Matamoros y Brownsville,  estableció en Monterrey en 1876[3] su Botica Del León en una vieja casona ubicada en la esquina noroeste de la calle del Teatro (hoy Escobedo) y Dr. Mier (Padre Mier). En aquella antigua casa que perteneció a la familia Pruneda de León – es  curioso que la droguería lleve también el nombre de León – el Dr. Bremer debió atender a sus pacientes  durante los años finales del Siglo XIX. Sin embargo, después de algún tiempo, parece haberse trasladado a la acera sur de la misma cuadra. A principios del Siglo XX, como ya se indicó, la empresa Bremer compra el antiguo palacio de gobierno.

A la muerte de Don Edurardo Bremer, que lo alcanzó en Hamburgo, Alemania, hacia mayo o junio de 1904[4], su hijo Roberto Augusto pasó a ser el principal socio de la empresa Bremer.

Roberto Augusto Bremer Poser, nacido en Matamoros el 6 de agosto de 1875, cursó estudios en el Colegio Alemán de San Antonio, Texas. Durante su adolescencia (1890) fue cadete de la Academia Militar de Michigan en donde fue cabo en la banda de guerra. Posteriormente estudió en Detroit y en Lehre, Alemania[5]. Contrajo matrimonio, según asienta el acta respectiva “en la Quinta denominada El Tívoli Reinero, en la calle de Ocampo” con la señorita Julia Barrera Treviño de 21 años de edad el 22 de Abril de 1900[6]. La familia Bremer-Barrera tuvo su domicilio a principios del Siglo XX en el piso superior de la antigua casa de gobierno convertida, su planta inferior, en la Empresa Bremer y Cía.


Miembros de la Familia Bremer en el interior de la Droguería c 1892. Foto Cortesía de Billy Bremer.

Otra vista del interior de la Botica del León o Droguería Bremer. Foto cortesía de Billy Bremer

No hay duda que la compañía estaba en franco desarrollo económico. A finales de 1906, el periódico The Monterrey News describe el edificio en construcción de la Botica de León ubicado en la calle de Padre Mier. Sería de 4 pisos que, según la opinión de los regiomontanos de aquel tiempo, al estar terminado, iba a encabezar la lista de los edificios más modernos de la ciudad. Contaría con todos los adelantos y comodidades de la época e incluso gozaría de una planta eléctrica propia[7]. Concluida la construcción del inmueble, a principios de 1907, alojó allí en el piso superior el laboratorio de la droguería. En los pisos inferiores funcionaría el almacén de “El Puerto de Liverpool”.


Pero el hermoso edificio, proyecto del arquitecto británico Alfred Giles, tuvo una corta vida. El 21 de agosto de 1909 se incendió la manzana en que se encontraban dos inmuebles de la Compañía Bremer (manzana comprendida entre las calles de Escobedo, Morelos, Parás y Padre Mier). Ambos edificios quedaron en ruinas. 

El incendio, que duró toda la noche del sábado 21 al domingo 22 de agosto, dañó también un poste de la compañía de telégrafos dejando incomunicado a Monterrey por vía telegráfica. Esa fue la causa por la cual no hubo noticias nacionales o internacionales acerca de la tragedia, sino hasta el día 23 ó 24. Una vez restablecida la comunicación, se informó del desastre en la primera plana de los principales periódicos de México y Texas durante toda la semana siguiente. En las siguientes entradas del Blog narraré los sucesos de aquella semana siniestra.

Las pérdidas por el incendio fueron millonarias. El Diario de México informó que éstas ascendieron a 2 millones 79 mil pesos. Según el mismo Diario, la empresa Bremer sola, tuvo una pérdida estimada de 1 millón 400 mil pesos,incluyendo los edificios de las calles de Mier, Morelos y Escobedo que quedaron destruidos[8] Una enorme suma de dinero,  considerando que solamente el inmueble del antiguo palacio de gobierno había costado, pocos años antes, 70 mil pesos. 


Botica del León o Droguería Bremer después del incendio del 21 de agosto de 1909 Fototeca del ITESM


Incendio de 1909. Calle de Padre Mier hacia el este esquina con Parás.
El edificio de 4 pisos es el de La Compañia Bremer,
Allí operaba también en las primeros pisos el Almacén El Puerto de Liverpool.  Fototeca del ITESM.


La compañía Bremer no perdió tiempo. El 9 de septiembre de 1909  aparece una nota en el periódico “La Patria” anunciando que “La Botica de El Leónserá reedificada”. Continúa el artículo con una declaración del arquitecto Alfredo Giles:

 “El Nuevo edificio se erigirá en el local que ocupó anteriormente, cubriendo la misma superficie, será de tres pisos y de estilo moderno. Se están levantando los planos, y al terminar esto, empezarán los trabajos. Los materiales que se emplearán, resistirán los efectos del fuego, y será de calidad superior” “Los pisos serán de concreto reforzado, y ostentará el frente del edificio estilo artístico: en el piso inferior habrá deslumbrantes aparadores, con lo cual el edificio presentará hermoso aspecto, en la sección comercial de Monterrey”.

Por último se señala que “El señor Bremer, también construirá en los suburbios, una gran bodega en donde se almacenarán las mercancías de su negociación”[9]

The Houston Post (Houston, Tex),
Vol 25TH YEAR, Ed 1 Monday, January 17, 1910
En enero y febrero de 1910, Alfred Giles, desde sus oficina en Monterrey y San Antonio, Texas, se encontraba solicitando contratistas para trabajar en concreto reforzado para el nuevo proyecto del edificio[10]. La empresa Bremer cumplió la promesa anunciada por Giles. El inmueble fue construido por el contratista “George G. Muderhell en concreto armado y ladrillo a la vista; la flamante estructura con la esquina ochavada permitía que su emplazamiento tuviera una atractiva perspectiva que le imprimía una gran monumentalidad”.[11] Así La Droguería del León estrenó un hermoso edificio de tres pisos en la esquina Morelos y Escobedo. Sobrio e imponente, de grandes vitrinas para mostrar la variedad de productos que la empresa ofrecía.  


Droguería Del León c. 1910

La Droguería del León fue en su tiempo la más grande empresa farmacéutica del norte de México. Comercializaba medicamentos por todo el norte al por mayor y menor. “La empresa importa – escribe en 1903 T. Ayers Robertson, representante del Cónsul General de los Estados Unidos en México – todo  tipo de drogas, artículos de tocador, pinturas, implementos para fotografía, instrumentos quirúrgicos, etc., en grandes cantidades. Además, es el agente distribuidor de muchos de los mayores fabricantes de medicinas de patente de los Estados Unidos. Estas medicinas de patente se elaboran en las fábricas y laboratorios de esta empresa por expertos especialmente enviados por las compañías titulares. Y desde Monterrey se distribuyen para toda la república[12]. En ese mismo año de 1903 la botica daba trabajo a unos 20 empleados[13].

Propaganda de la Droguería Bremer en
El Directorio de Monterrey 1901-2
Ya desde que se encontraba en Tamaulipas, la empresa ofrecía un muy variado surtido de productos. Incluso contaba desde sus inicios con una máquina para elaborar sodas. Un día de junio del año de 1886, el fabricante de una de esas máquinas, al estar manipulando la que se encontraba en la Botica de León, recibió graves quemaduras por el ácido utilizado en la elaboración del artículo. Incluso “el Sr. Bremer se quemó el cuello[14].  Gajes del oficio, sin duda, que retratan al don Eduardo Bremer trabajando arduamente para forjar su patrimonio.

Entre las medicinas de patente que se ofrecían, se encontraban, por mencionar algunas que parecen graciosas para nuestro tiempo, “La Salvadora” o el “Compuesto Michela… para los males peculiares de la Mujer”, “El tónico para los nervios del Doctor Koening”, Y si se tienen los “ojos hundidos. Con ojeras, indicando sufrimiento, decaimiento de nervios y tristeza. Este enemigo del buen semblante es pronto arrojado con el uso de las píldoras SEX-INE”.  Se comercializaban también medicamentos que ofrecían curar el Asma (Schiffmann´s Asthma Cure) y la Diabetes, entre muchos otros.

El Mundo Ilustrado, Abril 1908
La empresa Bremer no sólo era el agente distribuidor de medicinas de patente americanas, distribuía además variados productos de belleza europeos de moda en aquella época. Uno de estos era la Crema parisina del “Siècle Mondain” usada por los artistas franceses  (según apuntaba en su propaganda).

          Sin embargo, la expansión en el mercado extranjero para la empresa Bremer debió también ser un elemento de desventaja en tiempo de guerra. Al estallar la Primera Guerra Mundial en 1914, los británicos establecieron normas de bloqueo comercial con quienes consideraban enemigos o colaboradores con los enemigos de guerra. También los norteamericanos, a pesar de su deseo de permanecer neutrales en la guerra, redactaron un decreto con título “Trading with the Enemy Act” que incluía una lista de comercios de todas partes del mundo considerados “enemigos” o “colaboradores” de los enemigos de Guerra. La compañía Bremer, fue incluida en esa “lista negra” el 7 de febrero de 1919[15]. No podía ser de otra manera, sus principales socios y propietarios eran o habían sido cónsules de Alemania o Austria-Hungría. En 1894-5 el mismo Don Eduardo Bremer desempeñaba el cargo de Cónsul de Alemania en Monterrey[16].  El Señor Juan Reichmann, fue nombrado Cónsul Austro-Húngaro el 11 de julio de 1908[17].  

Por su parte Don Roberto Bremer, sucedió en el cargo al Sr. Reichmann a partir del 13 de mayo de 1914[18]. Más tarde, el 26 de diciembre de 1921, se le nombró Vice Cónsul Honorario de Suecia en Monterrey y, un año después (8 Octubre de 1922), Cónsul Honorario de Austria en Monterrey[19]. Ambos nombramientos cesaron, al igual que el desempeño del cargo, el 10 de noviembre de 1934[20]

Una de las razones para incluir a la empresa Bremer en la lista de colaboradores con el enemigo por parte de los estadounidenses, además de la filiación obvia por origen de las familias que constituían ese negocio, fue la acusación que se le hizo a los comerciantes germanos de Monterrey entre los que se hallaba los Señores Bremer, de apoyar económicamente a la propaganda anti-americana que se publicaba en periódico regiomontano El Demócrata en 1918[21].

El Sr. Roberto Bremer dejó huella en la sociedad regiomontana. Apoyó “la construcción de la antigua Plaza de Toros que existía por la calle de Villagrán, allá por el año de 1908[22].  Fue presidente del Círculo Mercantil Mutualista en 1920 y 1921, de la Cámara Nacional de Comercio y del Club Rotario en 1922. En ese mismo año y más tarde en 1934 y 1935 fue Presidente de la Comisión de Educación Física y organizador de las temporadas de Basket ball. Murió el 7 de octubre de 1938 a los 63 años de edad.

Al año siguiente estalló la II Guerra Mundial que fue,  según escriben los autores del libro Monterrey a Principios del Siglo XX, La Arquitectura de Alfred Giles[23],  “un factor en el cierre de la Casa Bremer - pues gran parte de sus mercancías eran surtidas a través de agentes comerciales distribuidos por toda Europa. En tal clima de desestabilidad social, la compañía los perdió todos y con ello las correspondientes ventas Disuelta la sociedad de R. A. Bremer y Cía., el edificio aún sobrevivió más o menos entero hasta finales de la década de 1950, cuando ya con otros propietarios fue objeto de una primera subdivisión que importó la alteración total de su parte norte, para después sufrir una degradación paulatina que se resume en la demolición de la mitad poniente y el recubrimiento de la fachada original en la parte sobreviviente, es decir,  la que hoy se puede apreciar ocupada por la Farmacia (ya se advierte que se ha mantenido el mismo uso) en la esquina noroeste de las citadas calles de Morelos y Escobedo… En la actualidad, los herederos directos de aquel importante consorcio son los negocios denominados Deportes Bremer y Helados Bremer”.


En esta imagen de la década de 1970 compartida en Skyscraper City por F. Téllez se aprecia el edificio de la Botica del León modificado. La tienda Pozos aún conservaba los detalles de la fachada original de Alfred Giles.

El edificio de las Farmacias Benavides que se levanta en el lugar, podrá conservar en su interior algún elemento del antiguo edificio diseñado por Giles; podrá también ostentar una placa, recordatorio de su pasado, pero dista mucho, sin duda,  de tener la gallardía de la original Botica del León. Y aún así, creo yo, es el punto de referencia a un sitio histórico que vale la pena atender.


Imagen actual del Edificio. Completamente Modificado. Fotografía compartida en Skyscraper por G. Salinas.

 





[1] CONSEJO  DE LA INSTRUCCIÓN PÚBLICA DE NUEVO LEÓN  Reseña Histórica de la Instrucción Pública de Nuevo León desde sus orígenes hasta 1891 presentada por el consejo del Ramo, al superior gobierno del Estado Tipografía del Gobierno en Palacio Monterrey 1894 p 58.
[2] REYES, Bernardo Memorias que el Ciudadano General Bernardo Reyes, Gobernador Constitucional del Estado de Nuevo León, presenta a la XXXII Legislatura del mismo y que corresponde al período transcurrido del 4 de octubre de 1899 al 3 de octubre de 1903. Monterrey 1903 Anexo Número 680 pp. 298ss.
[3] Cfr. Comisión de Obsequio de la Segunda Conferencia Internacional  panamericana. Monterrey, Obsequio a los Señores Delegados a la segunda Conferencia Internacional Pan Amercana, Monterrey 1902 Tip. Lozano, Monterrey
[4] En el libro AAVV.  (Juan Manuel CASAS GARCIA, Victor Alejandro CAVAZOS PEREZ) Panteones de El Carmen y Dolores… p., 189 quizá citando a AAVV. Monterrey a Principios del Siglo XX… se indica 1914 como año de fallecimiento de Eduardo Bremer.  He encontrado, sin embargo, tres referencias que apuntan hacia una década antes.   The Western Druggist Chicago G.P. Engelhard & Co. de Julio de 1904 p. 338 informa: “Mexico.- Edwardo Bremer, for many years the owner of the largest wholesale and retail drug store in northern Mexico, died recently in Hamburgo, Germany.”  Alex M. SARAGOZA en su libro The Monterrey Elite and Mexican State  indica como año de muerte del Sr. Bremer a 1904 citando el periódico La Voz del Nuevo León de Junio de 1904, que yo no pude consultar. Y por último, una nota del Bronsville Daily Herald (Bronsville, Tex., Vol 17, No. 356, Ed 1, Tuesday, August 24, 1909 informando sobre el incendio de la empresa Bremer declara: “… Eduardo Bremer… The founder  died some years ago, since which time the business has been carried on by his sons Guillermo and Boberto (sic) Bremer, and J. Reichman.
[5] Agstner, Rudolf. Handbuch Des Österreichischen Auswärtigen Dienstes: Bd. 1. Wien: LIT, 2015 p.
[6] México, Nuevo León, Registro Civil, 1859-1962  Monterrey Matrimonios 1900 LDS 671182 im 545 https://familysearch.org/ark:/61903/3:1:33SQ-G559-GMD?i=544&wc=M6SB-K68%3A203525801%2C204153601&cc=1916238
[7] Cfr. AAVV.  Monterrey a Principios del Siglo XX, La Arquitectura de Alfred Giles.  Monterrey NL. Museo de Historia Mexicana, 2003, p. 78.
[8] El Diario de México Vol. VI Num. 1,031 25 de Agosto de 1909 p. 1.
[9] La Patria 9 de Septiembre de 1909 p. 6.
[10] El Imparcial lunes 17 de Enero de 1910 p. 7; The Houston, Texas, Vol 25TH YEAR, Ed 1 Monday, January 17, 1910.
[11] IBIDEM.
[12] Cfr. HOUSE of REPRESENTATIVES, Commercial Relations of the United States with foreign Countries during the year 1903. Washington 1904., p. 147.
[13] Comisión de Obsequio, op. cit.
[14] The Galveston Daily News. (Galveston, Tex.), Vol 45. No. 56, Ed. 1 Sunday, Jun 20, 1886.
[15] Cfr. Trading With the Enemy. Enemy Trading List Revised to Decembrer 13, 1918. Superseding all previous Lists, Supplements, and Announcements. Issued by the War Trade Board of the United States of America. Washington. Government Printing Office 1919.
[16] Cfr. Gesellschaft zur Beförderung Gemeinnütziger Tätigkeit,  Lübeckische Blätter,  Lübeck (Germany). 1859, p. 66. Y el Plano de la ciudad de Monterrey de  Ramón DIAZ, de la Colección Orozco y Berra. Monterrey, 1894.
[17] Diario Oficial Cstados Unidos Mexicanos Tomo XCVII México, Juvez 16 de Julio de 1908 No. 14., p. 234.
[18]  Diario Oficial de Los Estados Unidos Mexicanos, Tomo CXXXII, México, sábado 16 de Mayo de 1914. No. 14 p. 132 http://www.hndm.unam.mx/consulta/publicacion/visualizar/558a33b97d1ed64f169a34af?palabras=Bremer-Monterrey
[19] Periódico Oficial del Gobierno Constitucional del Estado de Nuevo Leon Tomo VXXI Monterrey NL, Miercoles 1i de Dic de 1945 Num 101., p., 3 http://www.hndm.unam.mx/consulta/publicacion/visualizar/558a35327d1ed64f16b2dff4?palabras=Bremer
[20] IBIDEM. Cfr. Además Agstner, Rudolf. Handbuch Des Österreichischen Auswärtigen Dienstes: Bd. 1. Wien: LIT, 2015 pp. 215-215.
[21] El Paso Herald (El Paso, Tex.), Ed. 1, Wednesday, April 10, 1918 p. 1.
[22] Basave, Agustín. Constructores De Monterrey. Monterrey: Editorial-Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, 1945 p. 123.
[23] George, Mary C. H, and Lucinda Gutiérrez. Monterrey a Principios Del Siglo XX: La Arquitectura De Alfred Giles. Monterrey, N.L: Museo de Historia Mexicana, 2003.

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