Lunes 23 de Agosto de 1909
Calle Morelos hacia el poniente. Después del incendio de 1909
Las Carretas del cuerpo de Bomberos continúan trabajando.
Los curiosos se acumulan en las bocacalles.
|
Y al momento se desploma un tramo del muro con sus vetustos sillares.
Los obreros se apartan al instante. “Cuidado
con esos charcos de ácido que parecen agua”. Grita el capataz. En la
droguería se almacenaban considerables cantidades de sustancias ácidas. Éstas
quedaron acumuladas en cunetas del pavimento mezcladas con agua. La noche del
incendio, los voluntarios y bomberos pensaban que era agua y algunos, al
contacto con ellas, se provocaron quemaduras. Pero quienes más se perjudicaron
con estos ácidos fueron los caballos que tiraban de las carretas requeridas
para el salvamento. Muchos de ellos quedaron heridos e inutilizados debido a
quemaduras en las patas.
Y cuando el muro cae, la montaña de escombros crece en medio de la calle
del Comercio. El callejón de Paras también se encuentra lleno de escombros de
los muros de la Casa Sanford. La Calle del Dr. Mier, sin embargo, no está aún
demasiado obstruida, pero las fachadas del “Puerto de Liberpool” y los muros de
la misma ferretería Sanfor, que dan hacia ella, amenazan con desplomarse de un
momento a otro. En esa calle está interrumpido el tráfico de trenes pues se
teme que con la vibración, a su paso, se desmoronen las paredes que aún quedan
en pié.
Tanto la calle de Padre Mier como la de Morelos eran la ruta del tranvía.
Los rieles ahora estaban inutilizados por los escombros y no quedaba más
remedio que reorganizar los itinerarios. Y aunque la calle de Escobedo se
encontraba relativamente despejada, era mejor dejarla tranquila, pues la mitad
de la Botica del León daba hacia ella e iba a ser necesario derribarla por
completo.
También por la calle del teatro (Escobedo) pasaban los carros del
tranvía, pero no entre Padre Mier y Morelos, sino una cuadra más al norte donde
los trenes que transitaban por Matamoros doblaban por ella o viceversa.
Reorganizar la ruta de los trenes, aunque engorroso, no era un problema serio.
La reconstrucción de la manzana sí lo era. Y había que poner en ello todo el
empeño.
Por otro lado y principalmente, entre los apremios y sufrimientos,
estaban los de las personas y familias que habían perdido sus hogares y, buena
parte sus bienes, cuando no todos. El reportero de El Diario informó este día que las familias Bremer, Reichman y la de Juan de la Garza “que estuvieron en inminente peligro, se encuentran aún enfermas a
consecuencia de la impresión.” Sin duda no fueron los únicos que debieron
sentirse enfermos o abatidos por las inmensas pérdidas y el estremecimiento
durante el incendio.
De las familias Bremer y Reichman ya dijimos que tenían su residencia en
la segunda planta de la Botica del León. La familia de Don Juan de la Garza vivía en los altos del Salón Fausto y la noche
del incendió, sus miembros salieron a la calle precipitadamente “en medio de un terrible pánico”. Otra
familia que tenía su vivienda en la cuadra incendiada eran los Garza Lafón “bastante
prominentes en nuestra ciudad”. Ocupaban, según el corresponsal de El Imparcial, una casa propiedad de Don
Isaac Garza al lado del “Puerto de Liverpool”.
Estas familias tenían motivos sobrados para sentirse mal. Y no estaban
solos en aquella desgracia.
A media tarde de aquel triste lunes, después de una comida desganada y
sin tener el ánimo de dormir la siesta, un grupo de señoritas se dan cita en
una de las bocacalles de la cuadra en ruinas. Allí precisamente en el cruce de
la Calle del Comercio y Escobedo. Observan los muros abatidos y las montañas de
escombros. Todo está irreconocible. El anuncio de la Botica del León es un formidable
rectángulo carbonizado. Sus pálidos rostros compungidos y llorosos, protegidos
del sol veraniego regiomontano con enormes sombreros, sólo reflejan tristeza.
En silencio sollozan y piensan en su futuro. Eran empleadas de la Droguería Bremer. Veinticinco
señoritas y unos 40 empleados de las casas Bremer y Sanford se habían quedado
sin empleo.
Fragmento de la primera página de El Imparcial del 23 de Agosto de 1909 |
Oscureció casi a las nueve, pues el cielo, de un color azul intenso, estaba completamente despejado. Cuando por fin
cayó la noche, la claridad de la luna, en cuarto creciente, quiso competir con la
luz mortecina de las farolas públicas, y ambas, al contacto con los muros de
las ruinas en la manzana herida,
proyectaron sombras siniestras a las que nadie prestó atención. Las amas de
casa, de todos los barrios y suburbios de la ciudad, sacaron sus mecedoras a
las banquetas. Conversaron hasta la media noche con sus vecinas, vigilando a los
niños más pequeños que jugaban junto a ellas, mientras que los adolescentes
correteaban libremente por las calles. Era un ritual cotidiano y se efectuaba diariamente
para refrescar el cuerpo y también la mente, se hablaba de todo y de nada.
Aquella noche, por supuesto, el tema de conversación fue el peligro en que se
encontró la población durante el incendio. “
No hay comentarios:
Publicar un comentario