miércoles, 7 de febrero de 2018

¡Que Oso! El amor en los tiempos de mi bisabuelo

¡QUE OSO!
El amor en los tiempos de mi bisabuelo
Jorge H. Elias (2018)

¿Quién en Monterrey no ha “hecho el oso” alguna vez? Yo creo que todos tenemos derecho a hacerlo una vez de vez en cuando.

En realidad no sé qué tan común sea hoy en Monterrey usar los términos “hacer el oso” o “¡qué oso!” para expresar que alguien (quizá uno mismo) ha hecho el ridículo en público.  Durante mi época de juventud esas eran frases comunes. En aquel entonces yo pensaba que eran jerigonza de adolescentes, expresiones de moda pasajera entre nosotros. Resulta que no lo eran.

La expresión “Hacer el oso” es quizá más vieja que andar a pié.  El Diccionario de refranes, adagios, etc., de José María Sbarbi (1922) aporta la siguiente definición: “OSO. – Hacer el oso. Dar alguno lugar con su conducta extravagante a que los demás se rían de él, así como los osos adiestrados por los domadores van por la calle siendo con sus habilidades y proturas mímicas el hazmerreir de las personas.” [1]

En lengua española, zarzuelas, versos, obras de teatro y canciones del siglo XIX y principios del XX, aluden constantemente a ese término.

Pero no sólo el castellano utilizó esa expresión. La referencia más antigua que he encontrado está en lengua italiana. La expresión “fare´ l´orso” (haría el oso, según el contexto de la obra) se halla en el texto: “Rappresentatione di Santo Honofrio composta per mess. Castellano Castellani”[2] sin fecha, pero de principios del siglo XVI en 8 hojas, sobre la vida de San Honofre. En esa obra, la frase aparece en una conversación entre dos campesinos y la explicación del expositor, del siglo XIX, a pié de página, expresa que el enunciado es difícil de entender, aunque puede interpretarse como “haría el (papel de) estúpido”.

La misma expresión, en inglés, “playing the bear” (hacer el papel de oso), con esa misma acepción, de hacer el ridículo, aparece en antiguos textos ingleses y americanos del Siglo XIX. Sin embargo, la mayoría de éstos, al igual que muchos en lengua castellana, la usan con el significado de “cortejar”.  Podemos pensar que un enamorado al cortejar a su amada hace un poco el ridículo, al menos a la vista de los demás. En México, al menos en Monterrey, la expresión se quedó con la significado de hacer el ridículo y no con el de cortejar. Es algo curioso, pues las relaciones de visitas por parte de viajeros y turistas americanos de finales del siglo XIX y principios del XX, constantemente usan la expresión para referirse al cortejo entre las parejas de enamorados mexicanos y no para el hecho de hacer el ridículo, como se usa actualmente.

Y nada, ilustrar el tema de “hacer el oso” o “playing the bear” en el que el varón juega el papel de Oso se convirtió en favorito de muchos escritores americanos de aquella época.  En su libro “An American Girl in México[3], Elizabeth V. Mc Gary (1904) incluye la siguiente escena de cortejo de una elegante pareja de mexicanos.


Sin embargo, el oso puede ser interpretado no solo por los caballeros de la clase media o alta. El “peón” mexicano también estaba en su derecho de cortejar a su amada interpretando su papel de “oso” como aparece en esta imagen que procede del libro. Mexico and her people of to-day…”[4]



En la siguiente imagen otro charro mexicano en su papel de Oso. Imagen procedente de The Taylor-Trotwood Magazine de 1905[5].

Fotografía de C.B. Waite (1904)



Nadie queda exento de hacer su papel de oso, ni el aristócrata, ni el comerciante ni el extranjero que visita México. Así lo dejan claro los Muchachos Viajeros de la Editorial Harper and Brothers  y lo dejan ilustrado con esta imagen de “un oso afortunado” de 1890[6].

Siguiendo las costumbres de nuestros ancestros, los jóvenes en México no tenían la libertad de relacionarse entre ellos como pareja de novios, ni siquiera de amigos. Antes de comprometerse protagonizaban ese largo ceremonial conocido entonces como “jugar al oso” o “hacer el oso”.  Esto no significa que el joven diera rienda suelta a sus instintos una vez que él mismo (como oso), atrapaba a su víctima.

El pretendiente generalmente rondaba la cuadra y la ventana de la su amada varias veces al día. Se suponía que entre la pareja no había mucha conversación y sí muchas miradas tímidas y  medrosas reverencias. Digamos que el joven Don Pascual estaba interesado en la Señorita María Isabel… La había visto salir de misa un domingo por la mañana y allí empezó su amor por ella. Pascual procuraba entonces seguirla a la distancia, para que los padres de María Isabel no se dieran cuenta de sus intenciones. Después de seguirla pudo cerciorarse de su domicilio exacto. En casa de Isabelita, como en todas las de la ciudad, habría una gran ventana de barrotes de fierro, resguardando el honor de la familia.

Haciendo el Oso en el Monterrey de 1900. 
Colección Maria Luisa Barragán de Lamadrid, Fotografía compartida en el Blog de Fermín Tellez (2009)

A una cierta hora de la tarde, e incluso varias veces al día, el devoto amante se colocaba tras la ventana de la señorita y cuando ella aparecía, él podía detenerse y contemplarla, intercambiar miradas y sonrisas. Quizá una pequeña nota de amor procurando que los padres de la señorita no se enterasen.  Don Pascual iría todos los días a repetir la escena. Sabía que si permanecía fiel y persistía en esto unos dos o tres años, finalmente se le permitirá pretender a su amada y hablar con ella en presencia de Doña Carmelita, la tía "solterona" de Isabelita, o de algún otro miembro de la familia. Si todo se daba convenientemente  se casarían y vivirían felices hasta el final de sus días, como en un cuento de hadas.

"Oso tras su presa". Imagen procedente de The Ladies' home journal v14 1896-1897

Hacer monadas, no era la única estrategia del Oso para conquistar a su amada. La estrategia más halagadora era ofrecerle una serenata. Y según Elizabeth McGary en su especie de diario “Una Muchacha Americana en México”, si la Señorita que escuchaba la serenata aplaudía al final de ésta, eso significaba corresponder a las intenciones del oso. Él podía entonces pretenderla y alentar la esperanza de algún día hacerla su mujer.

Mariachis listos para ofrecer una serenata. Imagen procedente de Cupid´s ways in Mexico  en The Taylor-Trotwood magazine v1-2 1905-06

En el caso de Don Pascual y Doña Isabelita, que en 1885 se casaron casi al rebasar apenas su adolescencia, los acontecimientos se fueron sucediendo dócilmente. Después de un tiempo “prudencial” los padres de Isabel accedieron a que Don Pascual visitara a su hija e hiciera planes para su boda en el Pueblo. Se casaron, tuvieron muchos hijos y vivieron felices para siempre. Al menos esa era la versión de los hechos según mi papá, nieto de Isabelita y Don Pascual.

Termino este artículo con unos versos de la obra musical madrileña “Hacer el Oso” en los que el término es usado expresando sus dos acepciones: hacer el ridículo y cortejar. La obra se estrenó en el teatro de los Bufos Madrileños (Variedades) la noche del 5 de Febrero de 1867:

“Sí: es cosa muy vulgar,
aunque al oirlo te asombres,
que hagan el oso los hombres;
y te lo voy á probar.
El que á una mujer hermosa,
á cambio de una sonrisa,
no niega ninguna cosa
y se queda sin camisa
por goloso,
¿no hace el oso?
El que en vil prosa y confusa
ó en malos versos se expresa,
y porque aplaudan su musa
Lleva gentes á su mesa
generoso,
¿no hace el oso?
El que al punto que divisa
á cualquier mujer que pasa
va tras ella á toda prisa
hasta ver cuál es su casa,
por curioso
¿no hace el oso?
El que á una suegra raposa
que de su poder abusa
no echa de un susto á la fosa,
y sacrifica á la intrusa
su reposo,
¿no hace el oso?
Y en fin, todo el que se casa
y por final de su empresa
se queda como una pasa
sin confesar que le pesa
ser esposo,
¿no hace el oso?
En su loco desvarío
todos, y de varios modos,
absolutamente todos,
hacen el oso, hijo mio” [7].



Una boda Mexicana en el Pueblo. Fuente: The boy travellers in Mexico 1890.






[1] SBARBI y OSUNA, José María Diccionario de refranes, adagios, proverbios modismos, locuciones y frases proverbiales de la lengua española Vol. II Madrid, 1922 https://archive.org/details/diccionarioderef02sbaruoft
[2] Cfr. D´ANCONA, Alessandro, Firenze, Sucessori Le Monnier, 1872 https://catalog.hathitrust.org/Record/008689154
[3] McGARY, Elizabeth V. An American Girl in Mexico Dodd, Mead and Company New York 1904 https://archive.org/details/americangirlinme00mcga Fotografía atribuída a C.B. Waite
[4] WINTER, Nevin O., Mexico and her people of to-day; an account of the customs, characteristics, amusements, history and advancement of the Mexicans, and the development and resources of their country, Boston 1912 https://catalog.hathitrust.org/Record/009566949
[5] BYRN, L. Kendrick Cupid´s Ways in Mexico en  The Taylor-Trotwood magazine. v.1-2 1905-06 https://babel.hathitrust.org/cgi/pt?id=mdp.39015065395462;view=2up;seq=534
[6] KNOX, Thomas Wallace, The boy travellers in Mexico: adventures of two youths in a journey to northern and central Mexico, Campeachy, and Yucatan, with a description of the republics of Central America and of the Nicaragua Canal, Harper & Brothers, Nueva York, 1890.
[7] Hacer el Oso. Juguete cómico en un acto en verso. Letra de Don Salvador María Granés, Música de los Sres Campo y Brocca. Estrenado en el teatro de los Bufos Madrileños (Variedades) la noche del 5 de Fevrero de 1867. Madrid, Imprenta de R. Labajos 1867. https://archive.org/stream/hacerelosojuguet2461camp#page/n0/mode/2up

sábado, 14 de octubre de 2017

La Bella de Monterrey

La Bella de Monterrey


En el capítulo IX de la Novela Histórica “Humbled Pride a Story of the Mexican War” de John R. Musick (1893) aparece la narración de algunos hechos ocurridos en Monterrey justamente unos días antes de la Batalla entre los ejércitos mexicano y norteamericano del  21 al 23 de septiembre de 1846.

El capítulo se titula “La belle of Monterey” y no es difícil adivinar su tema: una hermosa Señorita Mexicana, con grandes dotes, inteligencia y virtud.  Todo mundo en Monterrey, nacional o extranjero sentía admiración por ella.   “De la mejor sangre azul de la Vieja Castilla”, Madelina Estevan,  era descendiente de nobles españoles que anclaron en Cuba en el Siglo XVI.  Y como ocurrió con casi todas las familias de los conquistadores de América, los Estevan, con el tiempo, se ramificaron por el continente. Algunos de sus miembros vinieron a México; otros, partieron hacia Las Colonias de Norteamérica y, éstos últimos, a la postre, cambiaron su  apellido  a Stevens.  Una profecía formulada en la novela, es que ambas familias (que al final era una sola) se volverían a unir con el matrimonio de dos de sus descendientes, naturalmente uno de cada una de sus 2 ramas principales.   Estos dos descendientes serían, la Señorita Madelina Estevan y el Capitán Arthur Stevens,  a quienes unió el sino de la guerra. 

El novelista norteamericano narra una historia donde las tropas mexicanas se muestran un tanto arrogantes y pagadas de sí mismas y los “barbáricos norteamericanos” en el fondo, no son tan salvajes como los mexicanos piensan.  A pesar de todo, la narración refleja, creo yo, un cierto sentido de culpa por los excesos a que llegaron los americanos.  En la introducción el mismo autor expresa: 

“… si hay algo en una guerra que pudiese ser llamado ética, en la guerra contra México, la nación americana tiene poco de lo que un país pudiera sentirse orgulloso.

En esta historia hay más novela que realidad, pero no dejan de ser interesantes las descripciones de lugares, hechos y personas de aquel preciso momento en la vida de Monterrey.

La guerra se cierne en el noreste de México, las tropas norteamericanas se acercan a Monterrey y los regiomontanos se preparan para el ataque. Pero la vida social de la ciudad continúa y el Alcalde ofrece, la noche del 6 de septiembre, un gran baile en su propia residencia para la alta sociedad y los principales comandantes que en ella se encontraban a la espera del enemigo.

"Si los movimientos de las demás eran elegantes, los de ella eran música en movimiento"
La imagen describe a Madelina Estevan (La Bella de Monterrey) bailiando con el General Ampudia

Estaba  en el baile el General en Jefe del Ejército del Norte Don Pedro Ampudia.
Por supuesto la señorita Estevan - relata el autor de la novela - era una de las invitadas. Era conocida como la “Bella de Monterrey”. Su nombre estaba en boca de todos y una veintena de jóvenes oficiales mexicanos habían tratado de enamorarla desde que había llegado a Monterrey; de tal forma, que no podía aparecer en su balcón sin que fuese importunada por alguno de ellos.

Fueron solo las serias invitaciones del General Ampudia y del Alcalde Mayor por las que ella consintió en asistir al baile.
El General Ampudia solicitó a Madelina el honor de ser su compañera en el primer “Valse de Spachio”. La escena era brillante, con alegres uniformes, ondeantes plumas y elegantes vestidos. La concurrencia de aquella noche era notable. Había muchos generales, congresistas y senadores, miradas alegres y muchas bellezas como Madelina de la mejor sangre azul de la vieja Castilla". 

Y la señorita aceptó la propuesta del general. 


“En aquel elegante baile, Madelina, mientras se acercaba al valeroso General perfectamente uniformado, era la atracción de todos los ojos. Bajo los brillantes candelabros, su belleza destacaba con claridad para todos. Era una belleza que parecía iluminar todo el salón con un esplendor mayor al de la realeza”.


Antes de que terminara el baile, media docena de soldados cubiertos de polvo llegaron trayendo la noticia de que el ejército norteamericano se dirigía a Monterrey.

“La bella de Monterrey” y las personas más vulnerables, mujeres ancianos y niños, debieron salir huyendo de los peligros de la guerra.

 “Una cosa tras otra retardaron la partida de Madeliana. Durante la mañana del 19 [de Septiembre], finalmente se hallaba abordando su carruaje, cuando el boom de un cañón le advirtió que los americanos habían llegado. Su hermano [El Capitán Felipe Estevan] la apremió para que hiciera un esfuerzo y escapara a pesar de las circunstancias, pues sabía que por las calles de Monterrey pronto correría la sangre. Con un grupo de sirvientes y escolta a caballo, Madelina emprendió la huida.
Felipe la siguió, determinado a verla fuera de peligro, a riesgo aún de su propia vida.
El carruaje salió por el camino hacia Saltillo y pasó esos dos formidables picos que en ese momento estaban fortificados, con la esperanza de hallarse más allá del alcance de las tropas norteamericanas, cuando de repente se toparon con un grupo de soldados americanos.  Sus chaquetas azules, altos sombreros con adornos de penachos y relucientes bayonetas eran aterradoras señales para los peones, que estaban a punto de huir y dejar a su merced dama y carruaje.
- “¡Alto! ¡Os juro que mato a quien intente huir!"
Gritó el Capitán Felipe, quien cabalgaba sobre su poderoso corcel blanco detrás del carro de su hermana.
- “Quedaos donde están. Os juro. por todos los santos del calendario, que os cortaré la cabeza”.

Los temerosos peones temblaban espantados, pero no se atrevieron a desobedecer. El Capitán Estevan galopó hacia los americanos, sosteniendo en alto un pañuelo blanco, y dijo en inglés:
- “¿Cuál es vuestro comandante? Quiero ver a vuestro oficial”.
Resonó un voz:
- “Soy Yo,”
Y para sorpresa de Felipe se le acercó el mismo juvenil capitán a quien él había rescatado de las lanzas de los Comanches.”  [Se trataba (por obra y gracia de lo novelesco de este relato) del Capitán Arthur Stevens].
- “Os reconozco, Señor, nos hemos encontrado antes” - dijo Felipe.
- “Sí, señor. Os debo la vida”.
- “Tengo que pediros un favor”.
- “¿De qué se trata? Si está en mi poder, os lo concederé”
- “Mi hermana está en el carruaje tratando de escapar de Monterrey, en el que pronto correrá la sangre. ¿Enviaríais una escolta para resguardarla hasta que se encuentre más allá de vuestras líneas de ataque y os aseguraríais de que no fuese lastimada?

- “Juro que lo haré, capitán, y os prometo, por mi honor como soldado, que será tan bien cuidada, como si fuese de mi propia familia. ¿Es eso todo?”
- “Sí, con la salvedad de que se me permita regresar a Monterrey”.
- “Por supuesto”.
El Capitán Estevan cabalgó de regreso al carruaje y, deteniéndose en la ventana del cercano vehículo, dijo:
- “Hermana, él es un amigo. El señor Americano te custodiará para que no te lastimen. Confía en él”. Y galopó de regreso a Monterrey.
A los peones se les ordenó seguir. El Capitán Stevens destinó 20 hombres bajo el mando del Teniente George Short, para escoltar a la señorita y sus sirvientes más allá de la línea de ataque extranjera. Al pasar junto al oficial americano, él,  galantemente se quitó el sombrero,  y ella vio que este “barbárico norteño” era buen mozo, gentil y sin duda valiente.
El carruaje de la señorita fue escoltado y llegó hasta una cima distante cinco millas, en donde se hallaba una hacienda grande desde la cual se podía contemplar a Monterrey.
Allí se detuvo y con unos catalejos observó los acontecimientos que siguieron. […]
Con sus lentes, Madelina vio la bandera mexicana descender y ocupar su lugar la de las rayas y las estrellas del enemigo norteño.” 

¡Cayó  la Ciudad!
La Batalla de Monterrey barrió con ella.
"El rugido de los cañones, el silbido de las balas, el disparo de las bombas de fuego y los mugidos de los aterrorizados bueyes, causaban una terrible estridencia!.  
Escena de un enfrentamiento durante la Guerra ( En Resaca de la Palma)

Algún tiempo después, mientras se sucedían las contiendas militares en Veracruz, Chapultepec, etc., el Capitán Stevens volvió a buscar y a encontrarse con la Señorita Madelina Estevan en Puebla (ciudad donde ella vivía). No hay mucho más que agregar… La novela dice que, una vez terminada la guerra, Madelina y Arthur contrajeron matrimonio y partieron a Kentucky,  patria  del  Capitán Stevens. Y suponemos que, como en la mayoría de las historias de amor “Vivieron felices para siempre”.


"Ella arrancó una rosa blanca"
Reencuentro de la Bella y el Capitán en Puebla

miércoles, 29 de marzo de 2017

Los Primeros Vecinos de Monterrey VII.... (Casa Sanborns. Edad: 87 años).

Casa Sanborns. Edad: 87 años.


Pasamos a la esquina sur-poniente de Escobedo y Morelos, donde hoy están Sanborns y un Burguer King.



No he podido recopilar fechas precisas sobre este lugar tan significativo en la historia de Monterrey, cuna de uno de sus más grandes hijos: el Padre Mier. Pero he encontrado lo siguiente.

La primera referencia, y muy vaga, que he encontrado sobre esta finca es de diciembre de 1709. En ese año Bartolomé de Arizpe vende al Capitán Nicolás de Ayala un solar que linda con el del Alferéz Bartolomé Gonzalez de Quintanilla y el del Capitán Diego Laruel Fernández de Castro “de parte que mira a la Iglesia de San Francisco Javier haciendo Calle con la cerca del corral del palacio”[1]. El solar comprado por Ayala se hallaría entre los de Bartólomé González y Diego Laruel Fernández. Pero no se puede precisar cuál se encontraría hacia el poniente o cuál al oriente. Y sin estar seguro si alguna de esas dos fincas coincide exactamente con la casa de la esquina sur-poniente de las actuales calles de Escobedo y Morelos, donde 54 años más tarde, el 18 de octubre de 1763, nació Fray Servando Teresa de Mier y Guerra. Eleuterio González indica que la casa fue construida por D. Francisco de Mier y fue heredada por su hijo Don Joaquín, padre de Fray Servando. En esa misma casa nacieron sus hijos y “es la número 26 de la calle del Comercio frente al Palacio de Gobierno, el cual antes fue Colegio de los Jesuitas[2]. Quién mejor que Gonzalitos para asegurar que aquella vieja casona, de su propiedad un siglo después, era el sitio donde nació el precursor, héroe y apóstol de la independencia. 

Calle de Morelos vista hacia el oriente  en1896 durante las fiestas del tercer centenario de la fundación de Monterrey. A la derecha se aprecia, en su estado original, la casona donde nació Fray Servando y, en ese año, propiedad de Don Valentín Rivero. Esta imagen aparece en el libro "José Eleuterio González: benemérito de Nuevo León" del Padre A. Tapia Méndez. 1976. Foto de la Fototeca del ITESM.


El Dr. Eleuteiro González fue dueño de varias propiedades en la ciudad, una de ellas fue aquella casona. Y mientras que el doctor vivía en su casa de la calle Dr. Coss No. 29. (entre Padre Mier y Matamoros), la casona de la calle del Comercio debió estar arrendada a Don Valentín Rivero Álvarez desde mediados del Siglo XIX.  “En la acera sur de la calle Principal [hoy Morelos] – escribe el biógrafo de Rivero – media  cuadra al oriente de la calle de la Presa Chiquita [hoy Escobedo], se encontraba la casa comercial de Valentín Rivero, que le arrendaba el también comerciante Patricio Milmo, irlandés radicado en Monterrey. Al principiar el año 1854 el propietario pidió la desocupación de la finca. Seguramente entonces decidió Valentín Rivero ocupar la antigua y amplia casona en la esquina suroeste de aquellas calles”[3].

En su lecho de muerte, Gonzalitos, cede la casona como herencia a beneficio del pueblo regiomontano. En la cláusula 6ª de su testamento fechado el 31 de Diciembre de 1887 expresa: “Es mi voluntad que se venda la casa que tengo por la calle de Morelos, frente al Palacio de Gobierno, y que su producto se destine por mitad al Hospital Civil y a la Escuela de Medicina de esta capital”[4]. Y al año siguiente, Don Valentín Rivero, “Compra a la testamentaria del doctor José Eleuterio González, en 16 mil pesos[5]aquella propiedad.

Don Valentin Rivero Álvarez
La vivienda era muy amplia. Albergaba no sólo a la familia de Don Valentín, su esposa Doña Octavia Gajá[6] y sus hijos[7], sino también a las oficinas del viceconsulado español (ya que el Sr. Rivero era vicecónsul). La finca además “servía de almacén a los productos de hilados y tejidos de “El Porvenir” y a las oficinas dedicadas a asuntos financieros[8].

Carlos Pérez Maldonado narra una interesante anécdota vivida por la familia Rivero Gajá en aquella casona. En el año de 1864 “al hacer los franceses su entrada a nuestra ciudad, - escribe Maldonado - tanto al Jefe del Estado Mayor Lewal como al Coronel  Lussan les fue asignada la residencia de la familia Rivero para que se hospedaran en ella… Don Valentín Rivero…  dado su carácter de representante de una potencia extranjera, se negó a recibir en su casa a los oficiales. Caía menuda lluvia y el calor y la humedad eran insoportables, a lo cual no estaban acostumbrados los franceses, después del clima fresco y seco de la altiplanicie, y aquel tiempo bochornoso exasperaba a todo el mundo, aparte de que el momento era poco propicio para que el jefe del estado mayor de la División, Teniente Coronel Lewal, comprendiera la situación, puesto que el señor Rivero no hablaba francés. Entonces Lussan trató de persuadirlo, en su pobre español, de que al menos lo dejara hospedarse por veinticuatro horas, prometiéndole irse después a alojarse a otro lado. La discusión fue airada. El Comandante se impacientaba y ya hablaba de instalarse por la fuerza cuando la señora Rivero, que había sido educada en Burdeos y hablaba perfectamente el francés, exclamó con firmeza – “contra la fuerza no hay razón que valga”. Por fin se calmaron los ánimos; Don Valentín también se calmó y todo quedó arreglado según se había propuesto. Al día siguiente los oficiales se cambiaron a la casa de enfrente, y sus relaciones sociales con la familia Rivero se tornaron desde entonces muy cordiales.[9].

Murió Don Valentín en aquella casona. El 29 de Julio de 1897,  “por su gran portón salieron los restos corporales de Don Valentín Rivero. La procesión de familiares, amigos y pueblo llegó a la iglesia del Roble donde se celebraron "suntuosas exequias". El cortejo se dirigió después al Panteón Municipal donde la familia Rivero tenía su mausoleo…[10].

Por fin comenzó el siglo XX, la familia Rivero Gajá, o al menos la familia de Don Valentín Rivero, hijo, trasladó su domicilio a la hermosa mansión frente a la Plazuela Degollado (en la acera sur de la Calle de Hidalgo).

La antigua mansión, siguió manteniendo, pero sólo por breve tiempo, su aspecto monacal y norestense. Sus sobrias ventanas resguardadas por burdos barrotes de fierro y sencillos remates de plomo; sus postigos y puertas dobles de pesada madera; sus sencillas molduras… todo sucumbió ante el deseo de prosperidad y desarrollo.

Ampliación de la Calle Morelos en 1930. Al fondo a la derecha se observa la finca ya modificada donde nació Fray Servando y en ese momento propiedad de la Familia Rivero Gajá. Fotografía de la colección de Tomás Mendirichaga, del libro "Los Cuatro Tiempos de un Pueblo... " de Rodrigo Mendirichaga. Compartida en FB por Condesa Mont, 

En 1930, durante el gobierno del Lic. Aarón Sáenz, se decretó la ampliación de la Avenida Morelos, desde Zuazua hasta Garibaldi. Las antiguas fincas de la acera sur de la arteria perdieron, cada una, 5 metros de profundidad. Éstos fueron ganados por la calle que se convirtió en Avenida Morelos.  El cronista José P. Saldaña argumenta que aquella iniciativa despertó al sector privado de la “apatía en que se hallaba con motivo de los continuos desbarajustes políticos y sociales por los que había atravesado el país[11]. Se espabiló el sector privado, pero se destruyó el patrimonio histórico urbano de la ciudad.

La casa donde nació Fray Servando se puso un vestido nuevo. Adquirió una fachada de estilo ¿ecléctico?, ¿morisco…? Yo no sé cómo calificarlo. Pero ya el 5 de octubre de 1930,  fecha de la inauguración de la ampliación de la Avenida Morelos, el edificio lucía ya su nueva arquitectura.

La esquina fue ocupada, entre los primeros, la casa “La Nueva China” dirigida por inmigrantes Chinos, comerciantes de perfumes. Éstos “se distinguían porque siempre ganaban el concurso de aparadores que en esos años se hacían entre los comerciantes de la calle Morelos en época navideña, pues eran muy ingeniosos[12].
En 1936, se establece allí la empresa Sanborns. Como se había hecho en la Ciudad de México con la antigua casa llamada “De Los Azulejos”, en Monterrey se acondiciona aquella casona ya reformada y abre al público un negocio innovador para su época con farmacia, cafetería, restaurante, fuente de sodas, etc. Todo en un solo lugar. Su inauguración fue el16 de julio de 1936.

Avenida Morelos después de la Ampliación de 1930. A la izquierda el edificio del Sr. Rivero ocupado por la Perfumería La Nueva China. Postal compartida por Roberto Iruegas en Facebook.


Desde entonces aquella esquina ha sido un punto de convergencia para regiomontanos y extranjeros, especialmente americanos. “Muy recomendable” –anunciaban en la década de 1930 las guías turísticas. Allí se ofrecía comida de calidad a precios moderados. “Higiénico, con aire acondicionado, fresco en verano y cálido en invierno” Destacaba su cafetería, sus salones de té y de cocteles, su fuente de sodas... Todo aquello era novedoso en aquel momento. Era, según su propaganda, “la sede de los automovilistas norteamericanos”.

Hoy, Sanborns, sigue atendiendo al público. Su entrada principal por la calle Escobedo. En el glorioso lugar que vio nacer a Fray Servando hay ahora varias tiendas comerciales, que no evocan en lo más mínimo nada patriótico o de identidad regiomontana a no ser por una tímida placa de bronce, casi oculta, que da cuenta de lo que fue aquél lugar.

Hoy en la célebre esquina hay un colorido y paradójicamente “triste” Burger King.
Mejor “nos vemos en Sanborns”.

Burger King y Sanborns imagen actual. Compartida por Jesús Treviño Rodríguez en Facebook






[1] Cfr. CAVAZOS GARZA, Israel, Catálogo… op. cit., 1178). IX, fol. 167, no. 50.
[2] GONZALEZ, José Eleuterio, Biografía del Benemérito mexicano D. Servando Teresa de Mier Noriega y Guerra en Armas y Letras UANL 1963
[3] MENDIRICHAGA CUEVA, T., & MENDIRICHAGA, R. (1989). El inmigrante: vida y obra de Valentín Rivero. Monterrey, México, Emediciones p. 99.
[4] DAVILA, Hermenegildo Biografía del Dr. D. José Eleuterio González (Gonzalitos) Monterrey, Tipografia del Gobierno en Palacio, a cargo de Viviano Flores, 1888., pp. 69-70.
[5] MENDIRICHAGA CUEVA, T. El inmigrante… op. cit. p. 265.
[6] Casados en la iglesia parroquial de Tampico, Tams. 16 de enero de 1845.
[7] La pareja tuvo once hijos: María Higinia, José Valentín, María Modesta, José María, Víctor, Manuel G., Juan Bautista, Ramón, Eugenio Antonio, María Antonia Eusebia y María de los Ángeles.
[8] SALDAÑA, José P. Estampas Antiguas… op. cit. p. 137.
[9] PÉREZ-MALDONADO, C. Narraciones historicas regiomontanas. Mexico, Imprenta El regidor, 1961 p. 72.
[10] MENDIRICHAGA CUEVA, T. El inmigrante… op. cit. p. 9.
[11] SALDAÑA, J. P.  Y qué hicimos?--: Monterrey en el siglo XX. Monterrey, N.L., Méx, Producciones Al Voleo-El Troquel 1988, p. 61.
[12] ESPINO BARROS ROBLES, E. El Monterrey de mi niñez, adolescencia y juventud, 1930-1950. [Monterrey, Mexico], Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Nuevo León 2007, p. 132.

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