lunes, 27 de abril de 2015

Días de Ausencia Monterrey 1847 (2a Parte)

II Parte Días de Ausencia

En la segunda parte de su carta, fechada el 7 de febrero, J. W. describe la ciudad de Monterrey. Le sorprenden sus fuertes baluartes – fortines  en la batalla de Monterrey de 1846 – especialmente la catedral y el obispado. Da cuenta también de un extraño personaje, quizá regiomontano. Un joven que no dejó su ciudad después de la intervención norteamericana. “Un maestro del arte” musical, según palabras de J.W. Éste lo encuentra tocando la guitarra en el patio del obispado. “La melodía que estaba interpretando – escribe J.W. a su padre – era  “Días de ausencia” y otras seguidas con el mismo estilo de tristeza, tan suaves y melancólicas que casi me sacan las lágrimas”.  




Esta melodía era una pieza popular en la época. No puedo asegurar al ciento por ciento que se trate de la misma melodía atribuida por algunos autores al pensador francés Jean Jaques Rousseau, pero es muy posible que sí lo sea. La melodía de la pieza “Días de Ausencia” también conocida como “El sueño de Rousseau[1] fue del  beneplácito del público europeo y americano a lo largo de los siglos XVIII y XIX. Sorprendentemente aún hoy es una melodía popular infantil ¡en Japón![2] El novelista Honorato de Balzac la atribuye al compositor francés Louis-Ferdinand Hérold[3]  Estaría inspirada a partir de una melodía o Aria llamada “Pantomime”, que forma parte de la última escena de la ópera de Rousseau: Le Devin du Village de 1752[4].  Músicos europeos y americanos compusieron variaciones a la popular melodía. El Opus 17 del italiano Mateo Carcassi “Variations sur Le Songe de Rousseau” es una hermosa composición para guitarra en base a este mismo tema[5].  Otras variaciones del Sueño de Rousseau fueron compuestas para piano por el norteamericano J. B. Cramer en 1818[6] y para arpa por el inglés Thomas Paul Chipp (1818-1870)[7].



El tema musical era cantado con la letra de diversos poemas, entre ellos uno de Thomas Moore con el título de  The Young Man´s Dream[8]. En 1842 se cantaba esta melodía con la letra y el título de “Song of the Texian Prisioners in Mexico[9] y por la misma época con la letra que aparece en la publicación de Johnson con el título “Days of Absence[10] Durante la Guerra Civil norteamericana la misma melodía era cantada con la letra de “Chief Justice Taney[11]. Es quizá por la “fama” de la pieza citada que J.W. escribe sencillamente a su padre que la melodía ejecutada por el joven mexicano en el patio del obispado era “Days of Absence”.


Por otro lado el argumento de la copla es típica del gusto militar: el amor lejano de la bien-amada y los padecimientos anímicos causados por la guerra.

Aquí la letra de la canción en inglés:

Days of absence

Days of absence, sad and dreary,
Cloth’d in sorrow’s dark array;
Days of absence, I am weary,
Her I love is far away.
Hours of bliss too quickly vanish´d,
When will aught like you return;
When the heavy sigh be banished;
When this bosom cease to mourn?

Not till that lov´d voice can greet me,
Which so oft can charm mine ear;
Not till those sweet eyes can meet me,
Telling that I still am dear.
Days of absence then will vanish,
Joy will all my pangs repay;
Soon my bosom´s idol banish
Gloom, but felt when she´s away.

All my love is turned to sadness
Absence pays the tender vow,
Hopes that fill´d the heart with gladness,
Mem´ry turns to anguish now.
Love may yet return to greet me
Hope my Take the place of pain:
Antoinette with kisses meet me,
Breathing love and pace again.

Traducir textualmente la letra de un poema es traicionar el alma del poeta. En este caso prefiero describir los versos más libremente, tratando de captar, en cuanto me sea posible, la esencia del poema.

El soldado le canta a su amada:

Desde lejos, ausente de tu amor y tu presencia.
En este uniforme sombrío, oscuro y triste.
Cansado de pelear… cansado de la guerra.
Recuerdo la efímera felicidad pasada.
Suspiro: ¡Mi amor está tan lejos!
Y me pregunto:
¿Cuándo dejaré de sollozar?

Será cuando vuelva a escuchar la seductora voz de mi amada,
Cuando sus dulces ojos me vuelvan a mirar
y me digan con ternura: “aún te amo” .
Entonces los días de ausencia desaparecerán.
Será entonces cuando la alegría sanará mis heridas…
Y de pronto, me doy cuenta de la realidad
Desaparece el frenesí de mi pecho
Y me inunda la nostalgia porque sé que mi amada está tan lejos.

El amor se convierte entonces en tristeza,
La ausencia cobra su precio. Y suspiro:
“Algún día mi amor volverá
Y ocupará el lugar que ahora tiene este dolor.
Volveré a ver a Antonieta y me besará
Su pecho me llenará nuevamente de amor y tranquilidad”.





El muchacho que tocaba su guitarra en el obispado después de interpretar la canción “Días de Ausencia” y otras igualmente tristes, cambió de ánimo y ritmo y ejecutó una de nombre “Ven y Cómprame una Escoba” (Come buy a brum). Por más que he buscado datos sobre este tema no he encontrado nada.
Y continuó el muchacho tocando valses hasta que por fin se percató de la presencia del soldado.

Pero dejemos que la narración la haga el mismo J.W. Traduzco en seguida la segunda parte de carta:

“Febrero 7 1847

El sol se alzó claro y brillante esta mañana sobre las encumbradas alturas del cerro de la Silla (el limite este de la hermosa ciudad de Monterrey) El aire estaba henchido del más delicioso perfume de miles de naranjales y limoneros que llenan los jardines y huertas que rodean la ciudad. Pájaros de todos colores y cantos, llenan el aire con notas armoniosas, entre los cuales está el cenzontle, y otros muchos de los cuales desconozco sus nombres. Al sur de la ciudad corre otra cadena de montañas, dividida por un paso solo, una cadena quebrada sobre el oeste rodea casi toda la ciudad. ¡Y qué ciudad!  Escoltada a cada paso por fortificaciones naturales y de ingeniería. Convirtiéndola en casi impenetrable para el enemigo y ¿cómo pudo ser tomada por fuerzas luchando de 1 a 4? no sabría decirlo. Pero así fue. Y de no haber terminado el combate, mil mexicanos más hubiesen caído. Yo he deambulado por la ciudad, visitando lugares y sitios, entre las que se encuentra la catedral, una inmensa edificación de piedra, que contrasta contra el perfil azul de la montaña. Labrada desde la base hasta la cúpula, le da una antigua y romántica apariencia, sus campanas suenan cada 15 minutos, cada media hora y cada hora, tanto de día como de noche.
 
El siguiente es el Castillo del Obispado, imponente construcción, poderosamente fortalecida, pero en la actualidad es un montón de ruinas. Se encuentra a media milla al oeste de la ciudad, sobre un cerro de quizá unos 200 pies de altura, protegido por el oeste por un cerro aún más alto. Por el este por un fuerte bastión de piedras, con cuatro hoyos (ojos de buey) así protegiendo la ciudad por el norte, sur y este. Después de escalar por media hora la subida de peldaños, sobre rocas puntiagudas, llegué cerca del castillo. Y me detuve a tomar aire un momento. Mientras estaba allí detenido, la más melancólica música de cuerdas que jamás haya escuchado llegó a mis oídos  y venía del castillo, de eso estaba seguro. Estaba yo determinado a descubrir al autor, entonces procedí con cautela, hasta que llegué al interior del patio del castillo. Él estaba allí sentado, dándome la espalda, tocando su guitarra, era un joven mexicano.  La melodía que estaba interpretando era “Días de ausencia” y otras seguidas con el mismo estilo de tristeza, tan suaves y melancólicas que casi me sacan las lágrimas. Pronto, sin embargo, él cambió a  la alegre melodía de “Ven y cómprame una escoba” cambiando el tono y el ambiente, saltó y comenzó una serie de valses – que habrían dado crédito a un maestro del arte musical. Entonces, por primera vez, se percató de mi presencia. Detuvo entonces sus gracias y su música, me saludo con un amable buenos días, y me propuso “pli tundi” (tocar una pieza) que por supuesto me negué. (Claro que ustedes saben porqué). Me acompañó por el castillo, mostrándome y explicándome lo mejor de sus conocimientos, el castillo y su historia. Después de subir hasta la cumbre de la colina y ver la ciudad a mis anchas, me dirigí al campamento, y lo que vi después deberá ser el tema de otra carta, estoy bien. Nunca mejor. Gordo y con buena vida.

Mi mayor cariño a mi querida madre y saludos a todos los amigos, soy, como siempre, tuyo, afectuosamente. J.W.”






[1] Cfr. McCASKEY, John Piersol Frankling Square Songs. Collection: Two Hundred Favorite Songs and Hymns for Schools and Homes, Nursery and Fireside Harper, New York 1887., p 138. http://www.traditionalmusic.co.uk/songs-collection-fs/fs-songs%20-%200238.htm Ver partitura al final del Artículo
Cfr.  C.W. Bardeen Publisher Song Budget Music Series, Combined: Binding Together The Song Budget, The Song Century, The Song Patriot, 1895. https://books.google.com/books?id=C_wYAAAAYAAJ&hl=es&source=gbs_navlinks_s
[2] Cfr. LICHTE, Michel Sur l’auteur du “Songe de Rousseau” en L´Année Balzacienne 2012/I (No 13) Presses Universitaires de France pp., 331-336. http://www.cairn.info/revue-l-annee-balzacienne-2012-1-page-331.htm
[3] Para una profunda reflexión sobre la autoría de esta obra cfr IBIDEM.
[4] Cfr. ROUSSEAU, Jean Jaques Le devin du village: Keyboard/Vocal Score Editor Charlotte R. Kaufman A R : Editions, Inc. 1998. La Opera se puede escuchar on line en Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=uEucVoQ1fsU   
[5] Se puede escuchar una interpretación de esta pieza por el guitarrista japonés Ishimura Hiroshi en su página de Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=UftVieFSk60 Es interesante también la interpretación al piano del pianista inglés Philip Sears en base a una partitura del Sueño de Rousseau publicada en Londres c. 1850 60 por Pitman Hart. https://www.youtube.com/watch?v=sJO7oyI3jD4
[6] Rousseau's dream. An air with variations for the piano forte. Composed & dedicated to the Countess of Delaware by J.B. Cramer.  G. Willig's Musical Magazine Philadelphia, PA. 1818. http://dc.lib.unc.edu/cdm/ref/collection/sheetmusic/id/26149
[7] Rousseau’s Dream with variations for the harp composed & respectfully dedicated to Miss Louisa Smith by T. P. Chipp Published by Menro & May, 11 Holbern, Bars near Middle Row, London. https://musopen.org/sheetmusic/33706/thomas-paul-chipp/rousseaus-dream-with-variations/
[8] Cfr. The New York Review Vol II New York George Dearborn & Co. 1838 p. 64.
[9] GRAHAM, Philp Early Texas Verse (1835-1850) Steck Company, 1936 p. 20. http://www.worldcat.org/title/early-texas-verse-1835-1850/oclc/1682086
[10] JONHSON, Song Publisher, No 7 N. 10th St. Philadelphia. On line en The Library of Congress http://www.loc.gov/resource/amss.cw101250.0
[11] Cfr. American Song Sheets en Duke University Libraries Digital Collections http://library.duke.edu/digitalcollections/songsheets_bsvg100117/

La partitura completa en PDF. de la Melodía y letra de Days of Absence en este enlace: 




Days of Absence Music Sheet by Jorge H. Elías (Leoncillo Sabino)

miércoles, 22 de abril de 2015

Días de Ausencia Monterrey 1847 (1a Parte)

Días de Ausencia Monterrey 1847  

por Jorge H. Elías

J.W.


J. W. era un soldado voluntario norteamericano de Columbia que se encontraba en Monterrey a principios del año de 1847 durante la guerra contra México[1]. Una de sus obligaciones, al menos en enero de aquel año, era arrear las mulas que transportaban las provisiones del ejército norteamericano. No sé más sobre J. W. Sólo eso y que escribió una carta a su padre fechada el 6 y 7 de febrero de 1847 desde Monterrey. Esta carta fue publicada en la revista semanal de Baltimore “Niles´ National Register” en abril de aquel mismo año[2].  Tampoco sé si se conserven más cartas suyas o quién en realidad sea este personaje. Sin embargo la carta a que hago referencia es particularmente interesante en sus descripciones sobre Monterrey y su entorno. Describe principalmente la ciudad y acontecimientos trágicos ocurridos durante la expedición de una parte del ejército de los Estados Unidos desde Camargo hasta Monterrey en enero del 47. En esa carta se puede percibir la densidad de la atmósfera predominante, los peligros de las carreteras y la soledad de una ciudad abandonada. Con su población ausente.    

Carta a su padre

 1a. Parte. Muerte del Teniente Miller


En la primera parte de esta carta se relata el hallazgo del cadáver del teniente primero Charles D. Miller de la Compañía de Mount Vernon[3]. Según J.W., el cuerpo se encontraba en las cercanías del paraje llamado “Chiterona” (Sic) en el que había una pequeña corriente de agua fresca. Lugar en el que se abastecía de ella el General Antonio Canales. Esta localidad es la llamada Chicharrones en el Municipio de Mier, Tamaulipas, a unos 24 kms de Ciudad Mier. 



Fragmento del Mapa de Nuevo León de 1909. Se Señala en rojo Mier y la localidad de Chicharrones.

Traduzco la primera parte de esta fascinante carta[4]:

Monterrey, México Febrero 6 de 1847.
Mi querido padre,
Sentado en las calles desiertas de los mexicanos vencidos y usando de mesa la biga de nuestra carreta, intentaré describirte a Monterrey y a sus alrededores.
El 24 de enero yo y 24 compañeros de nuestra compañía dejamos Camargo hacia Monterrey vía Pontaguda (Sic)[5], Cerralvo y Marín, como parte de la escolta de la recua de mulas con más de 800 cargadas con provisiones para nuestro ejército.
Nuestro segundo día de marcha nos condujo a Mier, un pequeño y hermoso pueblo a unas 25 ó 30 millas al noroeste de Camargo. El siguiente día alcanzamos Chiterona, la localidad en que Canales se abastece de agua, una corriente pequeña y fresca proveniente de las montañas. Allí nos detuvimos un día a causa de la lluvia. Un día que no olvidaré jamás.  Mientras nuestros arrieros mexicanos se hallaban por el camino en su faena sobre sus mulas, descubrieron un cadáver. Vinieron a reportarlo diciendo que se trataba de un americano. El teniente Cully[6] destinó a 8 hombres para dar sepultura al cuerpo.   Guiados por los mexicanos, salimos en su búsqueda y después de un corto trayecto, llegamos al lugar. Mientras nos acercábamos al cadáver una nube de pájaros hizo una estampida sobre su impío banquete llenando el aire con graznidos tan discordantes que me erizaron el pelo y helaron mi sangre. Imagina lo que sentí   cuando descubrí en el asesinado a un conocido: el teniente Miller de la Compañía de Mount Vernon. El había salido unos días antes con un tal Winne de la misma compañía (un hermano de Winne que se encarga, o se encargaba, de la Casa Neil). Inmediatamente comenzamos la búsqueda de Winne, pero no lo encontramos. Encontramos el lugar donde fue asesinado y arrastrado hasta Chiterona, y no dejaron rastro de él. Los lobos y buitres devoraron el cuerpo del teniente Miller. Tenía un disparo en la parte derecha del pecho, la cara cortada y golpeada al punto de quedar casi irreconocible a sus propios compañeros. Los ladrones lo desnudaron totalmente, exceptuando su camisa, y tenía el cuerpo contorsionado. Imposible describirlo. Con una pala cavamos su tumba

Lenta y tristemente lo recostamos
No dijimos una sola palabra de lamento,
Sólo lo miramos fijamente
Y pensamos con tristeza en el mañana.

Cubrimos su tumba con tierra, cortamos y arrastramos nopales, que crecen 10 y 15 pies de alto y cubrimos su sepultura con una barrera infranqueable para los lobos y los inhumanos ladrones, pues lo arrastrarían de su humilde sepulcro contra su voluntad. Pusimos una marca en el lugar y seguimos nuestro triste camino, sin pensar ni por un momento que una tragedia mayor se pudiese perpetrar en el mismo sitio.  Pero llego un “exprés” anoche, con noticias de que 8 voluntarios más habían sido ejecutados allí. No pude saber quiénes eran. Pero temí que fuesen de la compañía F de la Guardia de Columbus  porque acababan de dejar Pontaguda cuando pasábamos, pero no hay certeza de quiénes sean. El Cap. Latham[7] partió hacia este lugar 8 días antes que nosotros  por una nueva ruta, y no había llegado. Envió un “exprés” al teniente coronel Irwin[8] a Cerralvo (a una distancia de unas 4 millas) avisando que estaba rodeado y pedía ayuda inmediata. Pero no hubo suficientes tropas para auxiliarlo. Escuché, sin embargo, que pudo escapar a salvo. Le fue robada parte de su recua de mulas, pero  acogiéndose al juez de paz, obtuvo las mulas necesarias, y ahora se encuentra cruzando el “camino tortuoso”  hacia este lugar”.



Fragmento de la Carta de J.W publicada en la revista National Register de Abril de 1847




[1] Es posible que se trate del teniente segundo Joseph W. Filler del 3er regimiento de Voluntarios de Ohio por 12 meses recibido en Junio del 46 y retirado en junio del 47.   Aparece en la lista de Veteranos de Guerra
[3] Charles D. Miller del 2º regimiento de Voluntarios de Ohio ROBARTS, Hugh WM. Mexican War Veterans a complete Roster of the Regular and Volunteer Troops in the War Between the United States and Mexico, from 1846 to 1848 Bretano´s A. S. Witherbee & Co. Proprietors, Washington, D.C. 1887., p.  67.
[4] El texto original en inglés se encuentra en la revista Niles´ National Register No. 5 Vol XXII Baltimore April 3, 1847 p. 72 https://archive.org/details/nilesnationalreg72nile  http://heinonline.org/HOL/LandingPage?handle=hein.journals/nilesreg74&div=8&id=&page=
y se puede leer on line en una versión digitalizada en la página web  The Mexican-American War an the Media, 1845-1848 http://www.history.vt.edu/MxAmWar/Newspapers/Niles/Nilesf1847MarApr.htm#NR72.071April31847MONTEREYLETTER
[5] Pontagida Sic por Puntiagudo. General Treviño, NL.
[6] Teniente Primero Murrin E. Cully. Cfr. ROBARTS, Hugh WM. Mexican War veterans…, p. 67.
[7] Capitan William Mc Laughlin (?) Ibidem.
[8] Teniente Coronel William Irvin [former Sec 1t 4. U.S. art] Ibidem. 

miércoles, 8 de abril de 2015

John Russel Bartlett. La frontera entre México y Estados Unidos en 1852 (3a Parte)

Traducción del Capítulo XLIII  de la “Narrativa Personal” de John Russel Bartlett


DE SALTILLO A RINGGOLD BARRACKS


Figure 6 Saltillo, 8 y 9 de Diciembre, 1852[1]

Diciembre 10 [1852]. Como no nos encontrábamos aún fuera del alcance de los indios, solicité y las autoridades locales me concedieron, una escolta de 10 jinetes que se hallaron puntuales en el lugar dispuesto para comenzar. Estaban hechos todos los preparativos, dejamos Saltillo esta mañana, pero no habíamos avanzado sino tres o cuatro millas, lentamente sobre un suave y parejo camino, cuando la rueda de otro vagón se estropeó sin causa aparente. Al examinarla se halló que la mayoría de los rayos y el aro estaban rotos, por tanto la rueda estaba completamente estropeada. Afortunadamente teníamos cerca la fábrica del Dr. Hewison, a la que cabalgué de inmediato y fue oportunamente construida por el superintendente con una biga que enganchamos al final del eje como un remolque. Después de la demora de una o dos horas, nuevamente seguimos adelante. Pasamos muchas haciendas y ranchos, y después de avanzar doce millas entramos al famoso puesto de “Rinconada”[2]. El camino ahora comenzó a ser muy irregular con una secuencia de cerros y valles, mientras las montañas ásperas y altas se alzaban a ambos lados.  El valle tiene un promedio de dos millas de ancho. Pasamos un monumento levantado por las damas de Saltillo sobre en el lugar donde algunos americanos habían sido acecinados por ladrones. Después de avanzar unas 25 millas, llegamos a un rancho de paso llamado Los Muertos, donde justo al atardecer, acampamos. Un pequeño arroyo corre en línea con grandes campos de algodón.
Figure 7 Rinconada Pass mirando hacia el este desde el Rancho (Paso de los Muertos). Diciembre 1852. Las Anotaciones parecen decir Cotton Woods (campos de algodón), mezquite, cactus,  tiendas y campamento, etc.

Figure 8 Rinconada Pass, mirando hacia el Oeste 10 y 11 Dic. 1852


Diciembre 11. Hacía mucho frío cuando dejamos el campo esta mañana, nuestra elevación ahora era 6104 pies sobre el nivel del mar, por tanto todos se habían envuelto en sus colchas o capas. Los de nuestra escolta, con sus llamativos sarapes, presentaban una  escena pintoresca.  Pronto, después de partir,  llegamos a una estrecha y empinada pendiente en la que nos vimos obligados a esperar por un tren que subía, antes de poder nosotros descender.  Aquí el paso no excede quinientas yardas de ancho. Cerca de esto, a la izquierda  está un ramal de la montaña que sobrepasa y domina el cañón, en el que el General Ampudia levantó un montículo o trinchera con el propósito de vigilar el avance de la armada americana. Mientras el tren esperaba, salí a examinar este trabajo, que estaba sólo a unas cuantas varas y realicé un boceto del magnífico Valle. A lo lejos pudimos percibir la pintoresca cumbre de la Sierra Mitra[3]  llamada así por la notable semejanza de una de las cumbres de la serie con la Mitra de un obispo. El lugar elegido para el montículo hubiera sido grandemente embarazoso para nuestro ejército si se hubiese mantenido, pero después de la caída de Monterrey fue abandonado.
Figure 9 John Russell Bartlett,  Rinconada Pass— Cerro de las Mitras a la izquierda. Cerro de la Silla a la distancia.        Diciembre 11,  1852

Pronto después de descender este cerro, llegamos al rancho de Rinconada en un curioso rincón en la montaña semejando una herradura, que da su nombre al lugar. Por el número de árboles frutales y tierras de cultivo fue sin duda alguna vez un lugar próspero. Ahora todo parecía estar arruinándose rápidamente. 
Continuamos descendiendo todo el día, sin embargo, debido a la aspereza del camino, y nuestra carreta de tres ruedas, nos vimos obligados a conducir con gran precaución para no volver a quedar parados. Nuestra escolta nos mostró, según avanzábamos, otro rancho, que  había sido atacado por una banda de indios unos meses antes y todos sus habitantes muertos.
No pudimos llegar a Monterrey como esperábamos hacerlo, y fue mucho tiempo después de que oscureciera cuando alcanzamos la villa de Santa Catarina, en las faldas de la Sierra Madre y a unas veinte millas de Rinconada, donde acampamos.
Diciembre 12. Pronto después de partir, pasamos el Molino de Jesús María, un gran Molino de harina y a poca distancia llegamos a la Loma de Independencia sobre la que se encuentra el palacio del Obispo, tan celebrado en las operaciones de la armada americana durante la Batalla de Monterrey. Alcanzado ahora el valle en que se encuentra la ciudad, pasamos recintos amurallados, donde junto con variedades de árboles frutales y ornamentales, vimos algunos llenos de naranjas y limones. Casas de piedra con altos techos de paja, rodeadas de hermosos jardines con un aire de confort mayor que cualquier otro que hayamos visto, alineadas a la entrada de la ciudad. Al entrar, cabalgamos hacia un corral.  Y después de acotejar carros y animales, nos alojamos en el Hotel de Coindreau, un amplio edificio con un gran patio, en el estilo del país. Pudiéramos haber imaginado que había otro bombardeo por el ruido del cañón, al entrar en la ciudad, pero resultó ser nada más formidable que la celebración del día de la  “Santa Señora de Guadalupe” una de las más grandes fiestas en el país.
Figure 10 Rinconada desde el Obispado. Diciembre 13, 1852

Diciembre 13. Sin perder tiempo poniendo a trabajar al herrero y al carpintero en tanto salimos a ver que había de sobresaliente en y sobre la ciudad. Encontramos varios americanos en el lugar, aunque el número ha disminuido bastante en el año. Hay muchas grandes tiendas, y se puede encontrar todo tipo de artículos en ellos. En muchos el dependiente habla inglés, aprendido durante la ocupación de la ciudad por los americanos. Un importante comercio ha crecido entre Monterrey y los Estados Unidos, que tiende a americanizar el lugar. Al tiempo de nuestra visita, el singular estado de la frontera ha contribuido enormemente a incrementar este comercio. Pronunciamientos, otro nombre para revoluciones, estuvieron en boga en matamoros, Camargo, Monterrey y otras ciudades, bajo varios pretextos políticos, mientras que el verdadero objetivo era destruir las oficinas aduanales, para poder introducir mercancía sin impuestos. Así, grandes cantidades se han ingresado y enviado al interior del país.
Nos dirigimos al Obispado desde el cual, así como desde la Loma de Independencia atrás de él, se obtienen  buenas vistas de la ciudad. Este es un hermoso edificio de piedra antiguo  y en sus días sería sin duda una estructura elegante, estaba en ruinas, sin embargo, mucho antes que el General Worth lo tomara. El cerro en el que se encuentra es cerca de ciento veinticinco pies de altura, pero la porción donde las fuerzas americanas hicieron su ataque, es unos cincuenta pies más elevada. Al alcanzarla dominaron el lugar en el que los mexicanos se habían parapetado tras una fuerte trinchera, pero que pronto se vieron obligados a evacuar.
Figure 11  Monterrey desde el este mirando hacia Rinconada, Diciembre 14  1852

La ciudad se encuentra en una llanura a una milla de distancia, y la rodean hermosos jardines y huertos, sus blancas casas presentan un fuerte contraste con el verde profundo del follaje. Hacia el sur, corre un pequeño arroyo, un ramal del Rio San Juan, a la mitad de un gran arroyo, más allá en el que un chaparral se intercala con campos de maíz, se extiende cerca de siete millas hacia el Cerro de la Silla, una de las montañas del país más singulares en su forma.  Esta montaña está aislada, y forma el último enlace de la gran cadena que tan abruptamente termina aquí. Al Norte y este de la ciudad, una gran llanura se extiende hasta donde alcanza la mirada, en la que por aquí y allá hay campos de maíz y caña de azúcar entre grandes chaparrales. Más o manos a media milla de la ciudad en esta llanura, está el “Black Fort” o ciudadela, una prominente construcción en su fortificación. Fui a esta este fuerte, pero aunque envié mis credenciales al comandante, se me negó la admisión.[4] Cubre un área de unas tres hectáreas. Sus paredes son de sólida construcción, con bastiones dominando el acercamiento del lado norte. Al lado este de la ciudad, hay varios reductos, así como a lo largo del margen del arroyo. Fue en la toma de éste durante la cual sufrió más nuestro ejército. Las viejas tenerías, donde hubo un encuentro fuerte, permanecen tal y cual las dejaron nuestras tropas. Un caballero americano familiarizado con la historia de este encuentro, me acompañó en una visita a este cuartel, y señaló varios lugares.
Monterrey es la capital del estado de Nuevo León y tiene una población de entre 15 y 18 mil almas[5]. Es la única ciudad que visité en México (exceptuando Hermosillo, Sonora) que está creciendo. Aquí progresaban las mejoras. Muchas casas de buena calidad estaban en proceso de construcción, otras estaban en reparación y todo tiene la apariencia de ser un lugar con actividad y desarrollo. Las calles están pavimentadas y se mantienen limpias. Mucho se ha hablado de la suciedad de los pueblos mexicanos, yo puedo testificar que los inspectores de las calles de nuestra Nueva York podrían beneficiarse del ejemplo de Monterrey.
Visitamos la Iglesia en la plaza, que ha sido el hospital de nuestras tropas. Tiene algunas pinturas de mala calidad y una gran cantidad de chapa de plata abundante. Las tropas mexicanas fueron a esta plaza antes de capitular.
La ciudad tiene una elevación de 1626 pies sobre el nivel del mar. Por tanto estuvimos descendiendo desde que dejamos la Encantada en una distancia de 76 millas, 4478 pies[6]. Con este descenso repentino, notamos un cambio brusco de temperatura. Mientras estuvimos en las altas mesetas, las mañanas y tardes eran invariablemente frías, por tanto era necesario abrigarse con las capas. Todos estábamos contentos de reunirnos alrededor del fuego cuando había combustible suficiente para hacerlo y por la noche eran necesarias 3 ó 4 cobijas. Ahora, por el contrario, sentíamos el genial calor de Junio, con rosas floreciendo al aire libre, ropa ligera se sentía cómoda y las noches eran tibias.
Diciembre 15. Continuamos nuestra jornada esta mañana. Pasamos cerca de la ciudadela, donde nuestra escolta de 10 dragones, amablemente concedidos por el gobernador se unieron a nosotros. Nuestro camino ahora era a través de una gran llanura sin montañas ni cerros. Pasamos varios Ranchos, donde la gente se dedicaba a hervir azúcar. Esta región produce buena caña, pero no se cultiva tanto como suponíamos. Pasamos también el pequeño pueblo de Santo Domingo y San Francisco. Tres millas más allá nos detuvimos en Agua Fría, un pueblo extenso construido sobre los dos lados de un arroyo profundo.
Diciembre 16. El camino descendía como lo hacía ayer y estaba delineado a ambos lados por densos chaparrales. Hicimos un alto al mediodía junto a un buen arroyo, el Río Meterus (sic) justo pasando el pueblo de Marín. Pasamos Agua Negra, donde durante la guerra, el General Canales, con una guerrilla, quemó el tren de carros de los Estados Unidos, y mató a los desarmados cocheros. A las 3 llegamos a Ramos, un pequeño pueblo agrícola, 18 millas de nuestro último campamento, donde nos detuvimos. A nuestra llegada la gente se reunió rápidamente en torno nuestro. Por ellos nos percatamos de que había en el lugar una enfermedad extrema. Muchos de ellos sufrían de fiebre.   
Diciembre 17. Nuestro camino hoy fue muy accidentado y pedregoso. Chaparrales y pequeños árboles cercanos cercaban la carretera, haciendo la marcha aburrida y monótona. A las 4 P.M. acampamos en un rancho cerca del pueblo de “Carrizitos” donde nos abastecimos de agua y maíz.
Diciembre 18. Entre Monterrey y el Rio Grande, cruzan por el chaparral varias carreteras, algunas corren hacia Reynosa, otras conectando aldeas y ranchos. Se nos informó de esta dificultad, pero como el mensajero que trajo mis cartas desde Camargo y Encantada, dijo que conocía todos los caminos, me dejé influenciar y lo dejé actuar como guía. Hoy, sin embargo, confundió su camino y nos llevó hacia un bosque casi intransitable. No pudimos regresar y nos vimos obligados a abrir camino durante algún tramo antes de lograr tocar carretera nuevamente. Afortunadamente nos libramos sin accidente, después de una o dos horas de retraso.
Poco después, nos enfrentamos a un accidente que pudo haber probado ser más serio. Este fue la pérdida de una de las cajas de hierro del eje de la rueda. El tren se detuvo y fueron enviados algunos hombres en su búsqueda quienes la hallaron cuatro millas atrás.
Alcanzamos Cerralvo a medio día. Este es un pueblo más bonito que cualquiera que hemos pasado desde que dejamos Monterrey. Muchas de sus casas son de piedra, y construidas con gusto. Seguimos adelante y acampamos en Puntiagudo, a unas 24 millas desde el último campamento. Esta es una pequeña aldea, que aún muestra los efectos de la última guerra en las paredes desnudas de las ruinosas casas. Un pequeño arrollo cruza por aquí uno de los tributarios del Alcantra (Sic)
Diciembre 19. Nuestro camino continuó sobre pequeños cerros con profundos y estrechos arroyos al fondo, uno de los cuales nos costó una rueda y una lengüeta. Algún ocasional barranco con abruptos bancos era suficientemente peligroso. Pero hoy todo el terreno parecía estar plagado de ellos, haciendo precisa mucha precaución para prevenir accidentes. Después de 30 millas de continuos chaparrales y malas carreteras, alcanzamos la ciudad de Mier, junto al Rio Grande. Marcaban las 8 en el reloj, pero sólo hasta la media noche pudimos conseguir maíz para los animales y alcanzar tranquilidad en nuestro campamento.
Mier es un viejo pueblo en los bancos del Alcantra, un pequeño arroyo que desemboca en el Rio Grande 3 o 4 millas más allá, y parece, como la mayoría de los pueblos mexicanos, estar en decadencia. En 1828 su población era de 2821. Hoy es mucho menor. Muchas de sus casas son de piedra, y bien construidas. No tiene tierras capaces de irrigación. La gente consecuentemente, se ve obligada a depender de otros oficios diferentes de la agricultura para mantenerse y ésta, sin duda, es la razón de su carácter industrioso. Mier se jacta por sus manufacturas finas de sarapes y cobijas. Y hay muy pocas casas en las que no se vea la una mujer ocupada en tejer. Estos sarapes, que son usados por todas las clases, están hechos de lana, adornada con variedad de figuras y diversidad de colores. Cuestan de seis a cien dólares cada una según su cualidad y ornamentación.
Esta ciudad ocupa un importante lugar en los anales de la revolución de Texas en relación a su captura por los texanos, bajo el mando del Coronel Fisher, su final rendición a favor de los mexicanos y su subsecuente historia[7].
Seguimos hacia el Rio Grande sobre Mier. El carácter del paisaje cambia para mejor, los terrenos son cada vez más fértiles. Las costas son, en su mayor parte, una estrecha franja de arena o grava rodada por acantilados de varias alturas. Cerca del río crecen sauces y ocasionalmente cipreses blancos, mientras que más lejos abunda al mezquite, el ébano, etc.
En Octubre de 1846 se realizó un intento exitoso de lanzar en el Rio Grande el buque de Vapor desde los Estados Unidos por parte del Mayor Brown, y por orden del General Patterson,  con una revisión para comprobar si fuese posible establecer una comunicación entre Camargo y el Presido del Norte.  Este buque se sumerge solo dos pies en el agua. Afronta pocos obstáculos para alcanzar el río Salado, casi un ciento de millas por agua al norte de Mier. Más allá, había una serie de bancos de arena, piedras y corrientes rápidas, en las que el bote encalló en varias ocasiones. Al fin llegó a Laredo, un pueblo con unas 600 millas por agua desde la desembocadura del río. Más allá de este sitio se cree que con el desembolso de de 100 mil dólares, para remover obstáculos, el río podría convertirse en navegable para botes que se sumerjan 4 pies en el agua[8].

Diciembre 20. El camino en malas condiciones de ayer nos dio bastante quehacer y nos causó varias horas de retraso. La buena gente del pueblo se aprovecha de este atraso y pronto abarrota el campamento, cada uno trayendo en sus brazos sarapes a la venta. Y yo dudo si, desde la ocupación del país por los americanos, han encontrado un buen mercado para sus productos.  Muchos caballeros del grupo estuvieron deseosos de llevar a casa con ellos uno de estos artículos. Y ahora se presentaba la oportunidad de comprarlos frescos del telar y a precios más bajos de los que habíamos visto en las tiendas de Monterrey y Saltillo, indujo a muchos a asegurar sus especímenes.
Caminando alrededor del campamento, me llamaron la atención  algunas concas de ostras, que sobresalían por encima del banco de lodo y al seguir analizando a lo largo de 70 yardas hacia el sur, hacia un arroyo profundo, noté una gruesa capa de conchas de un género de Ostrea, en sus lados y base. De acuerdo del Dr. Rilden, estas capas se extienden hasta cerca de Laredo. Y el Dr. Wislizenus las encontró dos millas al sur de Mier en los bancos contiguos al río. Nuestro campamento estaba cerca del pueblo, y la superficie de los bancos de barro donde las encontramos eran al menos 50 pies por encima del río.
Ahora, nos dirigimos a Camargo, distante 25 millas, siguiendo los bancos occidentales del río a través de una jungla de Chaparrales. Después de varias millas de distancia en el banco opuesto, vimos el pueblo de Roma. Y pronto después nos animamos al ver un pequeño barco de vapor, que ocasionalmente navega hasta aquí. Es evidente que la navegación se ejecuta con dificultades, ya que lo vimos más de una vez atorarse en bancos de arena que aquí comienzan a obstruir la navegación.
Dándonos cuenta que el tren no llegaría a Camargo antes de que oscureciera, y comenzando a estar ansiosos por llegar  a Ringgold Barracks tan pronto como fuera posible me puse en camino con antelación, acompañado por Mr. Radziminski y nuestro guía. Al alcanzar el rio san Juan, un gran río que entra al Río Grande, tres millas distante de Camargo, y en el que se encuentra esa Ciudad, encontramos un cuerpo de trescientas o cuatrocientos soldados mexicanos, caballería e infantería esperando cruzar. Este río es bastante profundo y lo cruza un transbordador atado a una cuerda que se extiende de un extremo al otro. Y ya que el bote carga solo unos cuantos caballos, era evidente que si esperaba a que cruzara todo el grupo, yo no lo lograría en las durante  horas. Envié a mi guía (que parece era un soldado perteneciente al mando de Camargo), con mis felicitaciones para el comandante oficial, Coronel Cruz, para que me permitiese cruzar de una vez. Este caballero muy gentilmente accedió a mi petición y dispuso que el bote nos transportara a mí y a mi grupo inmediatamente. Al llegar al lado opuesto, me dirigí al cuartel del coronel Cruz, para presentarle mis respetos y pedirle permiso de consentir que el tren de la Comisión Fronteriza parara sin ser molestado. Me aseguró que todas las instituciones deberían facilitar el paso del tren a través del Río San Juan y de allí a la línea Americana. Había aquí algún peligro, porque este oficial estaba en rebelión contra el gobierno mexicano y si no fuera por el personaje de mi grupo, no le hubiera permitido pasar tan tranquilamente. Hemos tenido también un estrecho escape del jefe rebelde Carvajal, quien con una banda de algunos doscientos tipos desesperados ha estado devastando la frontera. Hemos oído hablar de ellos en varios lugares después de dejar Monterrey. Y en un pueblo supimos que habían pasado precisamente el día anterior. 
La población de Camargo es casi la misma que la de Mier. Sus casas están construidas de piedra o adobe. Hay aquí más tierra de cultivo y se llevan a cabo las mismas industrias que en Mier. Antes las guerras de los indios y las guerras de Texas había numerosos ranchos en ambos lados del Río Grande. Sus ocupantes se empleaban principalmente en la cría de ganado, que en algún tiempo, sobrepaso nada menos que 40 mil cabezas. Estos establecimientos se hallan ahora destruidos o abandonados. Durante la última guerra, el ejército americano tuvo una gran bodega en este lugar. El buque de vapor que navega el Rio Grande, no tiene dificultad en llegar hasta Camargo. En corriente está alta, los botes se sumergen cinco pies lo levantan con seguridad.
Un viaje de 3 millas, después de dejar Camargo, nos trajo hasta Rio Grande, que cruzamos en una Chalana. Su ancho aquí oscila entre ciento veinticinco  y ciento cincuenta yardas, con bancos empinados. Del lado americano hay un considerable asentamiento, conocido como rancho Davis y a una media milla abajo está un puesto militar conocido como Ringgold Barracks. Me dirigí por fin allí y me encontré con el Mayo Paul, el Comandante oficial y los miembros de la Comisión, quienes con el mayor Emory, y los peritos de Estados Unidos esperaban mi llegada.

Diciembre 21. Nuestro tren llegó al banco opuesto del rio San Juan anoche, y se ocupó el día entero de hoy en cruzar ambos ríos hasta que el grupo acampó cerca de las barracas.




[1] Los bocetos de John Russell Bartlett porceden de John Russell Bartlett Image Collection / The John Centre Brown Library at Brown University y datan de Diciembre de 1852  http://jcb.lunaimaging.com/luna/servlet
[2] Rinconada: un rincón o pasaje macabro.
[3] Sic. Por cerro de las Mitras
[4] En mis múltiples jornadas a través de México, esta fue la única instancia de este tipo con la que me tropecé.
[5] Mis estimados de la población de ésta y otras ciudades, proceden de las autoridades mexicanas y no son siempre confiables. La gente está siempre demasiado apta para sobre-estimar a la población en sus ciudades y se niegan a declarar su declive. 
[6] Encantada, según el Dr. Wislizenus, se encuentra a 6104 pies sobre el nivel del mar.
[7] Este grupo, que consiste de 261 hombres, cruzó el Rio Grande, donde encontraron a las fuerzas mexicanas de 2340 hombre, con quienes enfrentaron una severa batalla, y tomaron posesión de Mier. En esta pelea, de acuerdo a la narración del General  Green, un oficial de ese tiempo, las bajas de los Texanos fueron muertos y 23 heridos – mientras que las de los Mexicanos, entre setecientos u ochocientos muertos y heridos. Al final los Texanos fueron inducidos a rendirse ante el General Mejía, bajo ciertas promesas que les fueron dadas por el General Ampudia. Se les colocó bajo una guardia de 300 hombres y marcharon hacia la Ciudad de México. Después de que pasaron Saltillo y habían cruzado San Luis Potosí se alzaron contra su guardia Mexicana en un puesto llamado Salado, los superaron en fuerza y se escaparon.  Si se habrían mantenido unidos y seguido los caminos, hubieran encontrado agua y alimento y hubieran sin duda ganado la frontera de Texas. Sin embargo, se dispersaron y buscaron las montañas, donde sufrieron en demasía por la falta de agua y alimento. La población total se alzó tras de ellos. Los pequeños grupos fueron capturados y el principal cuerpo, constreñido a la hambruna, finalmente se rindió. Marcharon nuevamente de regreso al Salado, donde, por orden del General Santa Ana, fueron diezmados. Un total de 170 prisioneros, 17 fusilados, y el resto fue enviado a la ciudad de México. De estos, 35 murieron por las penurias y el hambre. Siete fueron liberados por mediación del Ministro Americano y cuatro por la intercesión del Ministro británico. Etc. - Green's History of the Texan Mier Expedition.
[8] “Tilden's Notes on the Upper Rio Grande" de una exploración hecha por orden del Mayor General Patterson.

Nota: En este enlace puede encontrarse un documento PDF de todo el artículo sobre Bartlett, su paso por Monterrey y sus bocetos.

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