La Bella de Monterrey
En el capítulo IX de la Novela Histórica “Humbled Pride a Story of the Mexican War”
de John R. Musick (1893) aparece la narración de algunos hechos ocurridos en
Monterrey justamente unos días antes de la Batalla entre los ejércitos mexicano
y norteamericano del 21 al 23 de
septiembre de 1846.
El capítulo se titula “La belle of Monterey” y no es difícil adivinar su tema: una hermosa Señorita Mexicana, con grandes dotes, inteligencia y virtud. Todo mundo en Monterrey, nacional o extranjero sentía admiración por ella. “De la mejor sangre azul de la Vieja Castilla”, Madelina Estevan, era descendiente de nobles españoles que anclaron en Cuba en el Siglo XVI. Y como ocurrió con casi todas las familias de los conquistadores de América, los Estevan, con el tiempo, se ramificaron por el continente. Algunos de sus miembros vinieron a México; otros, partieron hacia Las Colonias de Norteamérica y, éstos últimos, a la postre, cambiaron su apellido a “Stevens”. Una profecía formulada en la novela, es que ambas familias (que al final era una sola) se volverían a unir con el matrimonio de dos de sus descendientes, naturalmente uno de cada una de sus 2 ramas principales. Estos dos descendientes serían, la Señorita Madelina Estevan y el Capitán Arthur Stevens, a quienes unió el sino de la guerra.
El novelista norteamericano narra una historia donde las
tropas mexicanas se muestran un tanto arrogantes y pagadas de sí mismas y los “barbáricos norteamericanos” en el fondo, no son tan salvajes como los mexicanos piensan. A pesar de todo, la narración refleja, creo
yo, un cierto sentido de culpa por los excesos a que llegaron los
americanos. En la introducción el mismo
autor expresa:
“… si hay algo en una guerra que pudiese ser llamado ética, en la guerra contra México, la nación americana tiene poco de lo que un país pudiera sentirse orgulloso.”
En esta historia hay más novela que realidad,
pero no dejan de ser interesantes las descripciones de lugares, hechos y
personas de aquel preciso momento en la vida de Monterrey.
La guerra se cierne en el noreste de México,
las tropas norteamericanas se acercan a Monterrey y los regiomontanos se
preparan para el ataque. Pero la vida social de la ciudad continúa y el Alcalde
ofrece, la noche del 6 de septiembre, un gran baile en su propia residencia
para la alta sociedad y los principales comandantes que en ella se encontraban a la espera del enemigo.
"Si los movimientos de las demás eran elegantes, los de ella eran música en movimiento" La imagen describe a Madelina Estevan (La Bella de Monterrey) bailiando con el General Ampudia |
Estaba
en el baile el General en Jefe
del Ejército del Norte Don Pedro Ampudia.
“Por supuesto la señorita Estevan - relata el autor de la novela - era una de las invitadas. Era conocida como la “Bella de Monterrey”. Su nombre estaba en boca de todos y una veintena de jóvenes oficiales mexicanos habían tratado de enamorarla desde que había llegado a Monterrey; de tal forma, que no podía aparecer en su balcón sin que fuese importunada por alguno de ellos.
Fueron solo las serias invitaciones del General Ampudia y del Alcalde Mayor por las que ella consintió en asistir al baile.
El General Ampudia solicitó a Madelina el honor de ser su compañera en el primer “Valse de Spachio”. La escena era brillante, con alegres uniformes, ondeantes plumas y elegantes vestidos. La concurrencia de aquella noche era notable. Había muchos generales, congresistas y senadores, miradas alegres y muchas bellezas como Madelina de la mejor sangre azul de la vieja Castilla".
Y la señorita aceptó la propuesta del general.
“En aquel elegante baile, Madelina, mientras se acercaba al valeroso General perfectamente uniformado, era la atracción de todos los ojos. Bajo los brillantes candelabros, su belleza destacaba con claridad para todos. Era una belleza que parecía iluminar todo el salón con un esplendor mayor al de la realeza”.
Antes de que terminara el baile, media docena
de soldados cubiertos de polvo llegaron trayendo la noticia de que el ejército
norteamericano se dirigía a Monterrey.
“La bella de Monterrey” y las personas más vulnerables,
mujeres ancianos y niños, debieron salir huyendo de los peligros de la guerra.
“Una cosa tras otra retardaron la partida de Madeliana. Durante la mañana del 19 [de Septiembre], finalmente se hallaba abordando su carruaje, cuando el boom de un cañón le advirtió que los americanos habían llegado. Su hermano [El Capitán Felipe Estevan] la apremió para que hiciera un esfuerzo y escapara a pesar de las circunstancias, pues sabía que por las calles de Monterrey pronto correría la sangre. Con un grupo de sirvientes y escolta a caballo, Madelina emprendió la huida.
Felipe la siguió, determinado a verla fuera de peligro, a riesgo aún de su propia vida.
El carruaje salió por el camino hacia Saltillo y pasó esos dos formidables picos que en ese momento estaban fortificados, con la esperanza de hallarse más allá del alcance de las tropas norteamericanas, cuando de repente se toparon con un grupo de soldados americanos. Sus chaquetas azules, altos sombreros con adornos de penachos y relucientes bayonetas eran aterradoras señales para los peones, que estaban a punto de huir y dejar a su merced dama y carruaje.
- “¡Alto! ¡Os juro que mato a quien intente huir!"
Gritó el Capitán Felipe, quien cabalgaba sobre su poderoso corcel blanco detrás del carro de su hermana.
- “Quedaos donde están. Os juro. por todos los santos del calendario, que os cortaré la cabeza”.
Los temerosos peones temblaban espantados, pero no se atrevieron a desobedecer. El Capitán Estevan galopó hacia los americanos, sosteniendo en alto un pañuelo blanco, y dijo en inglés:
- “¿Cuál es vuestro comandante? Quiero ver a vuestro oficial”.
Resonó un voz:
- “Soy Yo,”
Y para sorpresa de Felipe se le acercó el mismo juvenil capitán a quien él había rescatado de las lanzas de los Comanches.” [Se trataba (por obra y gracia de lo novelesco de este relato) del Capitán Arthur Stevens].
- “Os reconozco, Señor, nos hemos encontrado antes” - dijo Felipe.
- “Sí, señor. Os debo la vida”.
- “Tengo que pediros un favor”.
- “¿De qué se trata? Si está en mi poder, os lo concederé”
- “Mi hermana está en el carruaje tratando de escapar de Monterrey, en el que pronto correrá la sangre. ¿Enviaríais una escolta para resguardarla hasta que se encuentre más allá de vuestras líneas de ataque y os aseguraríais de que no fuese lastimada?
- “Juro que lo haré, capitán, y os prometo, por mi honor como soldado, que será tan bien cuidada, como si fuese de mi propia familia. ¿Es eso todo?”
- “Sí, con la salvedad de que se me permita regresar a Monterrey”.
- “Por supuesto”.
El Capitán Estevan cabalgó de regreso al carruaje y, deteniéndose en la ventana del cercano vehículo, dijo:
- “Hermana, él es un amigo. El señor Americano te custodiará para que no te lastimen. Confía en él”. Y galopó de regreso a Monterrey.
A los peones se les ordenó seguir. El Capitán Stevens destinó 20 hombres bajo el mando del Teniente George Short, para escoltar a la señorita y sus sirvientes más allá de la línea de ataque extranjera. Al pasar junto al oficial americano, él, galantemente se quitó el sombrero, y ella vio que este “barbárico norteño” era buen mozo, gentil y sin duda valiente.
El carruaje de la señorita fue escoltado y llegó hasta una cima distante cinco millas, en donde se hallaba una hacienda grande desde la cual se podía contemplar a Monterrey.
Allí se detuvo y con unos catalejos observó los acontecimientos que siguieron. […]
Con sus lentes, Madelina vio la bandera mexicana descender y ocupar su lugar la de las rayas y las estrellas del enemigo norteño.”
¡Cayó la Ciudad!
La Batalla de Monterrey barrió con ella.
Algún tiempo después, mientras se sucedían las contiendas militares en Veracruz, Chapultepec, etc., el Capitán Stevens volvió a buscar y a encontrarse con la Señorita Madelina Estevan en Puebla (ciudad donde ella vivía). No hay mucho más que agregar… La novela dice que, una vez terminada la guerra, Madelina y Arthur contrajeron matrimonio y partieron a Kentucky, patria del Capitán Stevens. Y suponemos que, como en la mayoría de las historias de amor “Vivieron felices para siempre”.
"Ella arrancó una rosa blanca" Reencuentro de la Bella y el Capitán en Puebla |
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