Don Serapio, El Sereno
El nombre SERENO les viene, como es sabido, porque al cumplir la más característica de sus obligaciones que era proclamar cada hora de la noche y el estado del tiempo decían, por ejemplo, "las 10 y sereno", o "las 10 Tiempo Sereno". Linati[1] en 1828, dice que los serenos "para conservar en su ministerio ese tinte religioso que da color a sus pequeñas cosas" agregaban en lúgubre tono la jaculatoria "Alabado sea Dios y Nuestra Señora de Guadalupe" antes de cada grito.
En fin, a Monterrey la luz eléctrica llegó en 1882, primero al Teatro del Progreso y fue recibida con tremendo baile. Más tarde se instaló en la Plaza Zaragoza y para 1890 se establecería el alumbrado eléctrico público (626 faroles) que debió desplazar, si no del todo, parte del servicio que unos 30 serenos ofrecían con sus linternas de aceite.[4]
Otro personaje olvidado, quizá no tanto como Trinidad el Aguador, es Don Serapio, el Sereno. Bueno, quizá no se llamara exactamente así, pero por ahí más o menos. De oficio “Sereno”, o sea “oficial” encargado del orden de las ciudades en México durante la noche. Por allí leí que los serenos comenzaron siendo una especie de voluntarios que cuidaban las calles, pero sin sueldo. Sólo recibían los donativos de los parroquianos a quienes hacía algún servicio. Esos servicios de muchos tipos: acudir a rescatar jovencitas acosadas, mujeres a punto de dar a luz, intentos o sospechas de robo, desórdenes, acciones para apaciguar a borrachos escandalosos, etc. Con el tiempo se les adjudicó un salario por parte de las alcaldías.
"Sereno Wachman a Mexico" Litografía de Claudio Linati 1828 [1] |
Aunque la figura de este personaje sigue en la memoria de muchos mexicanos quienes jamás lo vimos en persona y solo lo conocemos de oídas, en algunas versiones de “las mañanitas” cuando le pedimos “apagar su linternita para que bese a mi amor … ahora sí señor sereno le agradezco su favor, encienda su linternita que ya ha pasado mi amor”. Otras veces en alguna leyenda o cuento, pero el sereno como tal, es una reliquia del pasado, un mexicano que ya no existe y que desapareció hace mucho tiempo y ojalá que no sea para siempre, porque nuestros policías de hoy no tienen nada que ver con Don Serapio: la honradez y altruismo personificados. Linati escribe que el sereno debía “dar la alarma en caso de incendio, acompañar a los extranjeros extraviados o a aquellos a quienes la embriaguez les ha hecho perder la razón, en fin, detener a quienes perturbaren la paz pública y llevarlos al cuerpo de guardia, hasta que se averigüe mejor su caso”. Y agrega que es una institución “digna de ser adoptada en países donde haga falta.”[2]
Claro que eso era antes, cuando no había luz eléctrica. ¿A quién, en su sano juicio, se le ocurriría hoy recomendar a la policía mexicana para algo honrado?.
Todavía en 1913 otro extranjero escribe: “El sereno mexicano es generalmente un íntegro y fiable oficial y está comprometido con el extranjero. Han hecho las calles de la Ciudad de México tan seguras como las de París. Los sentidos de la vista y el olfato pudieran ser ofendidos frecuentemente, pero el bolsillo y la vida están seguros”[3].
Bueno algo sigue más o menos igual y no tiene nada que ver con la integridad de nadie.
"Serenos or gards de nuit" (1861-1880) Fotografía del Album of Mexican and French cartes-de-visite de Desmaisons, E. Getty Digital Collection |
En fin, a Monterrey la luz eléctrica llegó en 1882, primero al Teatro del Progreso y fue recibida con tremendo baile. Más tarde se instaló en la Plaza Zaragoza y para 1890 se establecería el alumbrado eléctrico público (626 faroles) que debió desplazar, si no del todo, parte del servicio que unos 30 serenos ofrecían con sus linternas de aceite.[4]
[1] LINATI, Claudio Costumes Civils Militaires et Réligieux de Mexique dessinés d’après Nature, Bruxeles 1828
[2] Ibidem
[3] WINTER, Nevin Otto Mexico and her people of to-day: an account of the customs, characteristics, amusements, history and advancement of the Mexicans, and the development and resources of their country, New York 1913 p 342.
[4] Cfr. VIZCAYA, Isidro Los orígenes de la industrialización en Monterrey, Monterrey 2006 p. 54
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