IV.
En la Revolución Mexicana
Los rurales formaban la primera reserva del ejército. En caso de guerra
se echaría mano de ellos y, de hecho, se les mandaba a apaciguar cualquier
revuelta o agitación social. El reglamento lo estipulaba: cuando sirvan en el
ejército, servirán en la “persecución de guerrillas poco numerosas”. Las fuerzas revolucionarias
comenzarían siendo eso: pequeñas guerrillas armadas. Al estallar la revolución
en 1910, los rurales pelearon al lado del ejército federal en la supresión de
las guerrillas surgidas primero en Chihuahua, Durango, San Luis Potosí y
Veracruz y luego, poco a poco, en toda la república. Llegó la hora en que el
Dictador debió torcer el brazo y salir del país hacia el exilio, para ceder el
puesto a un exiliado: Don Francisco I. Madero. Parece que la historia se empeña
en repetirse una y otra vez en todos los rincones del planeta. Y el texto
bíblico comprueba una vez más ser verídico: “hay
un tiempo para reír y otro para llorar”
en un ancestral y nietzscheano eterno retorno.
La
Revolución no es, sin embargo, solo un acontecimiento del pasado, sino el lugar
donde converge nuestra identidad presente, un hecho violento en el que
participaron nuestros abuelos. El mío, por ejemplo, cuando se casó con mi
abuela, en 1919, debió pedir una dispensa por haberse encontrado “durante ocho años al servicio de las armas
sin residencia fija” en diferentes partes del país. Quiere decir, para
alimentar mi orgullo, que casi desde el comienzo de la Revolución, desde 1911,
mi abuelo se encontraría peleando una Revolución gestora de un México más justo
(al menos esos eran los ideales). La Revolución profundizó la marca de la
mexicanidad cuyos paradigmas fueron la Adelita y el Charro mexicano plasmados
en las fotografías de la época que ayudaron a la difusión del “prototipo del
mexicano” también en el extranjero.
Rurales con Bandera por John C. Hemment
(fragmento)
|
Victoriano
Huerta sucesor golpista de Madero intentó inútilmente la reorganización de las
fuerzas rurales. Éstas fueron desmanteladas junto con todo el ejército en julio
de 1914 por un nuevo presidente: Don
Venustiano Carranza, quien, después de un tiempo, incorporó a muchos oficiales
de la fuerza rural a su ejército, otros rurales se integraron a los ejércitos
de Zapata y Villa.
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