Jueves 26 de Agosto de 1909
Los habitantes de Monterrey se preparaban para una nueva jornada. Las
mujeres que acostumbraban barrer las banquetas, aquél día no tuvieron necesidad de hacerlo. Había estado lloviendo por la noche y las calles estaban mojadas. La mañana, sin embargo era clara, aunque nublada. Hacia el mediodía, ya el cielo, encapotado, se tornó del color del plomo. Empezó a chispear a intervalos continuos y, de vez en cuando, un
viento del Este soplaba con ímpetu. Entre la gente del pueblo, pocos eran
quienes sabían que aquel norte era parte de un ciclón que estaba azotando las costas
del Golfo de México.
Barrio San Luisito, Fotografia de Lagrange c. 1895. Se puede apreciar el primitivo puente San Luisito de Madera. |
La vida en la ciudad continuaba como siempre, con sus afanes diarios y
sus preocupaciones normales. Los dueños de las tiendas afectadas por el
incendio se empeñaban en superar el bache y las vicisitudes lo antes posible.
Estaban ya de regreso en Monterrey Don Roberto Bremer y Don Juan
Reichmann de la Casa Bremer, y se ponían en contacto con el Arquitecto Giles,
quien también se encontraba en la ciudad, para tratar sobre un nuevo edificio.
El negocio no iba a sucumbir. Se hacía lo posible por habilitar los materiales
recuperados del desastre y comercializarlos en su despacho provisional de la
calle Zaragoza.
Por su parte el Señor John. B. Sanford había ya partido de Birmingham en
el primer Vapor que le fue dado encontrar. Le esperaba una larga travesía. Por
lo menos una semana atravesando el Atlántico, haría su primera escala quizá en
Nueva York o en algún otro puerto de los Estados Unidos. De allí viajaría en
tren a Monterrey para negociar también con el Arquitecto Giles su nueva Casa
Sanford. En tanto los empleados de la ferretería atendían a sus clientes en un
depósito temporal en la misma calle de Padre Mier.
Los dependientes y empleados de La Reinera, bajo la dirección de sus
gerentes, había devuelto a su primitivo orden las mercancías del
establecimiento, en caos durante los días pasados. Los ingenieros habían
recorrido el edificio y analizado sus desperfectos. En ese edificio, el fuego
había dañado las cabezas de las vigas del piso superior y penetrando al cielo
raso. Durante el incendio, para combatirlo, hubo necesidad de rasgar aquel
cielo raso e impregnar de agua las vigas. Los empleados de ese comercio fueron
los héroes en su defensa. A ellos se debió, según la prensa, su
preservación.
El edificio necesitaba reparaciones para corregir las averías. Y al
instante comenzaron a remediarlas. Pronto estaría listo para dar nuevamente atención
al público.
Jasper T. Moses Today in the land of tomorrow 1907 |
Quienes más sufrían por este estado del tiempo, eran los vecinos del Barrio San Luisito. Sus casas de adobes empezaban a remojarse de mala manera y algún
viento, para colmo, se colaba por las ventanas causando estragos y haciendo
volar algunas láminas y paja de los techos. Era una situación, más que incómoda,
alarmante. No todos los regiomontanos, especialmente aquella gente sencilla del
barrio, estaban al tanto de las noticias de los periódicos. Allí se anunciaban
las tormentas que iban apareciendo a lo largo de la costa del Golfo, el
Huracán que estaba azotando el Atlántico y que había pasado por La Habana hacía
algunos días y los estragos en el Caribe. La Florida y Nueva Orleans
habían estado también en alerta. La verdad era, que uno de los huracanes más letales de todos los tiempos, se dirigía a paso firme
rumbo al Noreste Mexicano. Durante aquella semana había abatido Santo Domingo y
Haití, Cuba, la Península de Yucatán y estaba ya azotando las costas de
Tamaulipas.
Aquel jueves 26, los diarios mexicanos avisaban de tormentas y altas mareas en Veracruz y Tamaulipas. Pero el ciclón ya estaba haciendo estragos en las costas mexicanas y su sistema llenaba de tempestades el noreste Mexicano. Destruía a su paso los faros marinos, casas y comunicaciones telegráficas. Ante el caos de aquel ataque de la naturaleza, era difícil que los vecinos de Monterrey estuvieran al tanto de la tragedia que se les echaba encima. Hicieron lo mejor que pudieron para resguardarse de la lluvia constante e imploraron al cielo para que pasara pronto el temporal. En el Barrio San Luisito alguna mujer humilde encendió la vela pascual en el pequeño altarcito de Santos, adosado en una cruda pared de barro. Era la vela del domingo de Resurrección que había traído de la basílica del Roble el último día de la Semana Santa. Rezaba un Ave María a la Virgen para que alejase la tormenta. Su sencillez era casi tan inmensa como el misterio de la Voluntad de Dios.
En Monterrey, aquella noche, sólo los niños pequeños durmieron en paz.
Aquel jueves 26, los diarios mexicanos avisaban de tormentas y altas mareas en Veracruz y Tamaulipas. Pero el ciclón ya estaba haciendo estragos en las costas mexicanas y su sistema llenaba de tempestades el noreste Mexicano. Destruía a su paso los faros marinos, casas y comunicaciones telegráficas. Ante el caos de aquel ataque de la naturaleza, era difícil que los vecinos de Monterrey estuvieran al tanto de la tragedia que se les echaba encima. Hicieron lo mejor que pudieron para resguardarse de la lluvia constante e imploraron al cielo para que pasara pronto el temporal. En el Barrio San Luisito alguna mujer humilde encendió la vela pascual en el pequeño altarcito de Santos, adosado en una cruda pared de barro. Era la vela del domingo de Resurrección que había traído de la basílica del Roble el último día de la Semana Santa. Rezaba un Ave María a la Virgen para que alejase la tormenta. Su sencillez era casi tan inmensa como el misterio de la Voluntad de Dios.
En Monterrey, aquella noche, sólo los niños pequeños durmieron en paz.
Puente, diseño de Alfred Giles sobre el Río Santa Catarina y Barrio San Luisito (Hoy Colonia Independencia) c. 1909 [Dar click a la imagen para agrandar] |
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