Mi tatarabuelo materno, Pedro Chávez, tenía cuatro años cuando el ejército norteamericano detuvo su cuartel en Montemorelos. Allí debió estar él, sus hermanos Dionisio y Paulino y los demás niños del Valle, curiosos, mirando con asombro a los soldados. Y éstos, también admirados de aquel pueblo y sus “extrañas costumbres”, una de ellas era, por ejemplo la forma de producir el Piloncillo. El capitán William Henry escribió sobre esto:
“Una inmensa cantidad de caña de azúcar se cultiva en estos valles. Su forma de elaborarla es muy primitiva: cuando llega el momento de molerla, toda la familia deja su casa y va al molino de caña y llena su establecimiento. Allí, por molino, verás un simple cilindro, con muescas; un regular molino de cidra antiguo con un largo brazo girado por una yunta de bueyes. Un hombre se para al lado y va cargando el molino con varas de caña de dos pies de largo. El jugo corre por una canaleta hasta un recipiente. Se obtiene un horno cavando un hueco en la tierra, en el que se coloca, dejando espacio para el fuego debajo, un inmenso cazo de cobre que sirve de caldera. Cuando éste y el recipiente se llenan, la operación de moler se detiene hasta que la cantidad de jugo hierve. Bajo el cobertizo se reúne toda la familia; los ancianos abuelos, sus hijos y nietos, todos beben el jugo o mastican la caña. Masticar caña toma la mitad de su tiempo, y un negocio bastante lucrativo se desarrolla por su venta. En ninguna otra parte se pueden encontrar a esos niños gorditos de cara chorreada como aquí en el molino. Es un placer verlos disfrutar. Cuando el jugo está suficientemente hervido, se vierte en moldes con forma de conos truncados. En esta forma son envueltos con cáscaras de la caña de la que salió su jugo, se ponen a la venta y les llaman piloncillos. El sabor de esta azúcar es cualquier cosa, menos agradable – demasiada caña”[1].
Molino de Caña Primitivo |
Ya le parecía primitivo al americano, a mediados del siglo XIX, el trapiche para sacar el aguamiel con sus bueyes o mulas dando vueltas, pero es algo de lo más divertido y folklórico que muchos hemos podido ver. ¡Más de un siglo después! ¿En qué estaba pensando el Cap. Henry cuando decía que el sabor del piloncillo es cualquier cosa, menos, agradable? Seguro que mi tatarabuelo nunca pensó lo mismo.
Por suerte, o por desgracia, los americanos no se quedaron más tiempo. Siguieron hacia el sur y esa historia es ya conocida, se adueñaron de medio México. En Montemorelos la vida siguió su curso, la gente cultivando la caña y el maíz. Y los azahares de naranjo siguieron perfumando el Valle del Pilón.
[1] HENRY, William Seaton Campaign sketches of the war with Mexico Nueva York, Harper, 1847, p. 266.